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Por Eduardo López Betancourt
Una de las entidades más bellas del territorio mexicano es, sin duda, el majestuoso estado de Michoacán. Su grandeza radica en la diversidad de sus paisajes, desde sus extensas costas hasta sus fértiles valles.
Sobresale en su legado la figura de José María Morelos y Pavón, nacido en Valladolid, hoy Morelia, símbolo de lucha y patriotismo. En igual medida, se honra la memoria del presidente Lázaro Cárdenas del Río, uno de los mandatarios más respetados y queridos del México posrevolucionario.
Sería interminable enumerar los motivos por los cuales Michoacán es una tierra de relevancia excepcional. La belleza de sus mujeres es proverbial, y su identidad cultural se arraiga en el legado del mundo purépecha, civilización que conservó rasgos únicos frente a otros pueblos precolombinos. Esa herencia se mantiene viva en la finura de sus artesanías, en la riqueza de sus tradiciones y en el orgullo de su gente. Especial mención merece la región de Tierra Caliente, que junto con Guerrero conforma una zona de vital importancia para el desarrollo nacional.
No obstante, en contraste con tanta riqueza cultural y natural, resulta inexplicable y doloroso que desde hace muchos años Michoacán padezca los estragos de la violencia, la corrupción y el crimen en todas sus formas. No hay justificación posible para el abandono al que ha sido sometido. Los asesinatos, la inseguridad y el control delictivo han convertido a la entidad en rehén de las mafias, mientras prevalecen el silencio, la mentira y la ineptitud de las autoridades. La muerte impactante, el asesinato vil, de quien fuera alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, ha convulsionado a todo el estado y a todo el País
Mucho se dice, mucho se promete, pero la verdad es que Michoacán ha sido olvidado, como también lo han sido otras regiones del país. Por más que se intente ocultar, la seguridad nacional no existe. Tal como lo ha señalado incluso el presidente de los Estados Unidos, nuestro territorio está dominado por la violencia y por los grupos criminales. Reconocer esa realidad es el primer paso para actuar con seriedad, firmeza y valentía.
Debe valorarse con objetividad si contamos con los hombres y mujeres adecuados para enfrentar tan grave problema, especialmente si están libres de vínculos con el crimen. Resulta dramático constatar cómo, en ocasiones, se otorgan responsabilidades cruciales a personajes de dudosa reputación, lo cual constituye una burla para la sociedad; como bien dice el refrán: “se le entrega la iglesia al mismísimo Lutero.”
Michoacán, como todo México, merece un mejor destino.