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Por Pedro Linares Manuel
Invertir en bienes raíces ha sido considerado durante décadas como el camino más seguro hacia la estabilidad económica. Casas, terrenos, departamentos o locales parecen sinónimo de crecimiento patrimonial. Pero en la actualidad, con un mercado cambiante y tasas de interés fluctuantes, surge la pregunta clave: ¿sigue siendo la mejor inversión o solo un mito moderno?
Desde la psicología financiera, la inversión inmobiliaria no debe verse solo como una transacción económica, sino como una decisión emocional y estratégica. Comprar una propiedad brinda sensación de seguridad, pertenencia y control, pero también puede convertirse en una carga si se hace sin planeación. La mente humana tiende a sobrevalorar lo tangible —“ver para creer”—, por eso muchas personas compran sin evaluar la rentabilidad real.
Antes de invertir, es esencial analizar tres factores:
Ubicación y plusvalía: el valor de una propiedad depende del entorno, no solo de la construcción.
Liquidez: vender una casa no es tan rápido como vender una acción o un fondo.
Costo oculto: impuestos, mantenimiento y créditos hipotecarios pueden disminuir la ganancia esperada.
Un ejemplo claro: Laura compró un departamento en preventa esperando duplicar su valor en tres años. Sin embargo, el desarrollo se retrasó y los intereses del crédito aumentaron. Aunque su inversión era “segura”, no resultó rentable. En cambio, Javier invirtió en un fondo inmobiliario digital con bajo riesgo y liquidez mensual, obteniendo un 10% anual sin endeudarse.
La verdad es que los bienes raíces siguen siendo una gran oportunidad, pero solo cuando se combinan con educación financiera, visión a largo plazo y análisis racional. No es el ladrillo el que genera riqueza, sino la estrategia con la que se invierte.
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