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Por Ricardo Sevilla
Ernesto Ruffo Appel, un tipo que alguna vez se congratuló de ser la esperanza de un México que (dizque) despertaba a la alternancia democrática, hoy está envuelto en un torbellino de acusaciones que han terminado por enlodarlo.
De ser el primer gobernador de ‘oposición’ en Baja California en 1989, rompiendo más de 60 años de hegemonía priista, a ser señalado por presuntos nexos con el crimen organizado, su historia es una maraña de corruptelas y porquerías.
Hoy dicen que el panista ha caído. Pero la caída de Ruffo no es cosa de ayer. Lleva años arrastrando un fangoso historial de transas.
Ya en 2010, la polémica Anabel Hernández, en su libro “Los Señores del Narco”, sostenía que este sujeto habría estado vinculado con el cártel de los Arellano Félix.
Esta acusación fue reforzada en 2017 por el propio Felipe Calderón, quien a través de su cuenta de X señaló que Ruffo Appel habría entregado el estado a dicha organización criminal.
Un criminal acusando a un corrupto, por cierto.
Muchos podría decir que la declaración de Calderón no fue casual. Y tendrían razón, porque esos señalamientos se produjeron después de que Ruffo criticara a Margarita Zavala.
Pero hay más, mucho más.
Y es que, más recientemente, desde una prisión en Estados Unidos, “El Chapo” Guzmán incluyó a Ruffo Appel en una lista de políticos que, supuestamente, habrían encubierto al cártel de los Arellano Félix.
¿Le sorprende? Yo creo que no.
Ahora bien, el escándalo más reciente tiene que ver con Ingemar, la compañía de Ruffo. ¿Casualmente?
Originalmente dedicada al sector inmobiliario, esta empresa decidió cambiar su giro en 2019 al de los hidrocarburos. ¿Para qué? Se dice que para el huachicoleo.
La historia de Ruffo es la biografía de un personaje hipócrita que podría estar vinculado a la millonaria red de huachicoleros fiscales.
Y aquí debemos decir las cosas con claridad: Ruffo no cayó en la tentación de la corrupción, el tipo caminó directamente hacia ella.