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Por Eduardo López Betancourt
Consecuencias mortales
Cada vez la Ciudad de México se muestra sombría y sucia; en síntesis, deteriorada al máximo, sin vislumbrar alternativas de cambio. Las autoridades, incluidas las alcaldías, exhiben modestia en la calidad de sus funcionarios; lo grave es que persisten en preferir la ineptitud y el “cualquierismo”.
Negar los hechos se ha vuelto cotidiano. Por más que se diga, los baches son una realidad, así como las coladeras abiertas y, como siempre, las justificaciones pueriles. Las consecuencias llegan a ser mortales: rines, llantas, carrocerías y motocicletas se dañan, y nadie asume la responsabilidad. Los efectos son desastrosos e incluso homicidas.
La profundidad de los charcos es tal que parecen verdaderas lagunas; las inundaciones dejan consecuencias trágicas sin que exista un culpable. A este drama se suma el cierre nocturno de importantes vías de circulación.
La tétrica ciudad no tiene paralelo; el cierre nocturno de vías rápidas como el Viaducto, es todo un suplicio. La pregunta obligada es: ¿cuál es el motivo para mantener cerrada esta arteria que conecta con puntos fundamentales? Todo parece reducirse a un asunto económico. A diario se paga una elevada factura por supuestos arreglos que nunca se realizan, algo evidente, pues fuera de dos o tres elementos de limpieza, salta a la vista un gran acto de corrupción ya sistemático en los ámbitos de gobierno.
Al final, la capital del país huele mal, se muestra fatídicamente abandonada y carece de planes o proyectos de mejoría. Se añora la belleza de antaño, cuando era reconocida como “la Ciudad de los Palacios”. Todavía se recuerda el excelente trabajo urbanístico y los jardines hermosos que llamaron la atención al político inglés Charles Latrobe, personaje de grandes virtudes y entrañable amor por la capital quien le llamaba así. Hoy, en cambio, el desorden, la corrupción constante, los baches, los charcos y la inmundicia son nuestra amarga realidad.
Se reclama la presencia de funcionarios capaces y eficaces, con un plan integral que devuelva a la capital el lugar que merece: ejemplo de todas las ciudades del País. Aunque, como bien dijo Pedro Calderón de la Barca: “La vida es sueño, y los sueños, sueños son”.