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La producción no se limita al lábaro patrio. En los talleres también se elaboran moños, estandartes, rebozos, trajes típicos y adornos para las fiestas patrias
Redacción
Grupo Cantón
Enclavado en el municipio de Otzolotepec, Estado de México, a escasos kilómetros de Toluca, Santa Ana Jilotzingo, se ha ganado un lugar en la historia nacional como el epicentro artesanal de la confección de banderas mexicanas.
Este pequeño pueblo, de calles tranquilas y tradiciones profundas, alberga más de 29 talleres familiares que, generación tras generación, han perfeccionado el arte de coser, bordar y ensamblar el símbolo patrio más emblemático del país.
Cada año, especialmente en septiembre, Santa Ana Jilotzingo se transforma. Las máquinas de coser no descansan, las telas tricolores se apilan en los patios, y los artesanos trabajan jornadas extendidas para abastecer la demanda nacional.
Desde escuelas y oficinas gubernamentales hasta hogares y comercios, miles de banderas que ondean en todo México tienen su origen en este rincón mexiquense.
La producción no se limita al lábaro patrio. En los talleres también se elaboran moños, estandartes, rebozos, trajes típicos y adornos para las fiestas patrias. Muchos de estos productos incorporan bordados otomíes, fusionando identidad nacional con herencia indígena.
El proceso es meticuloso: desde la selección de telas resistentes al clima hasta el bordado del escudo nacional, cada pieza refleja orgullo, técnica y devoción.
A pesar de su relevancia, Santa Ana Jilotzingo ha permanecido al margen de los reflectores mediáticos. Los artesanos, sin embargo, no buscan fama: su misión es mantener viva una tradición que une a los mexicanos más allá de ideologías. “Cada bandera que sale de aquí lleva un pedazo de nuestra historia”, comenta Don Ernesto, artesano con más de 40 años en el oficio.
Hoy, en tiempos de globalización y producción industrial, este pueblo resiste con aguja, hilo y convicción. Santa Ana Jilotzingo no solo fabrica banderas: confecciona identidad.
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