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Por Eduardo López Betancourt
Devolver sentido a las cámaras
El Poder Legislativo se deposita en dos cámaras: la de Senadores y la de Diputados. Ambas han sufrido innumerables modificaciones y quizá sea el momento de devolverles su sentido original.
La Cámara de Senadores, también llamada “Cámara Alta”, se constituyó para dar presencia al anhelado federalismo. Decimos “anhelado” porque en la práctica nunca se alcanzó; siempre nos hemos conducido bajo un sistema centralista, donde el Poder Ejecutivo domina gracias a las amplias facultades que concentra.
Desde la Constitución de 1824 se vislumbró este problema: al provenir de una sola colonia con algunos anexos, al final se intentó imitar de manera artificial el modelo norteamericano, fragmentando la antigua colonia y creando los “estados”.
En este marco, se confirió al Senado la representación de las entidades federativas. En un principio se integraba por dos senadores por estado; sin embargo, esa circunstancia cambió radicalmente. Hoy existen muchos más, lo que diluyó su carácter representativo. La cifra de 128 senadores genera una mezcla confusa, pues salvo casos de excepción, pocos se sienten realmente ligados a sus entidades.
En cuanto a la Cámara de Diputados, originalmente debían elegirse 200 representantes por distrito. Actualmente son 500, debido a la distribución de cuotas de poder. Salvo casos puntuales, esta sobrerrepresentación ha provocado que tanto diputados como senadores resulten ajenos a la problemática de las entidades y distritos que deberían representar.
El reciente altercado en el Senado refleja la falta de respeto, la imprudencia y la ausencia de diálogo. Es indispensable actuar con mesura, escuchar a la oposición e, incluso, otorgar el beneficio de la duda. Recordemos que hace algunas legislaturas se llegó al extremo de introducir un caballo en plena sesión, como muestra de conducta porril y ofensiva.
La función legislativa es de vital importancia: allí se crean las leyes, que deben ser pocas, pero eficaces, y orientadas a dar certeza a la población. No se trata de legislar en cantidad, sino en calidad. Nuestro País cuenta con un cúmulo de disposiciones legales que en la práctica se desconocen. La anarquía normativa es tal que existen normas contradictorias, obsoletas e incluso disposiciones constitucionales que requieren revisión.
En síntesis, las cámaras legislativas reclaman un cambio profundo: integrar diputados y senadores preparados, serios y responsables, capaces de cumplir con la función para la cual fueron elegidos.