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Por Juan R. Hernández
La gentrificación ya no es un fenómeno lejano ni exclusivo de barrios de moda en grandes capitales del mundo. Está aquí, en la Ciudad de México, desplazando a familias, encareciendo rentas y modificando la vida de colonias enteras. Por eso resulta relevante que la bancada de Morena en el Congreso capitalino haya entregado a la Secretaría de Planeación, Ordenamiento Territorial y Coordinación Metropolitana los resultados de los llamados Diálogos contra la Gentrificación.
Más allá del acto protocolario, lo trascendente es que en esos 13 foros se recogió la voz de quienes padecen el problema: desde vecinos expulsados de sus hogares hasta pequeños anfitriones de plataformas de corta estancia. En teoría, sus testimonios y propuestas alimentarán futuros instrumentos de planeación, veamos como lo abordan los grupos parlamentarios.
Xóchitl Bravo, coordinadora de la bancada morenista, asegura que “cada voz quedó registrada”, incluso con versiones estenográficas disponibles en un código QR. Es decir, no habría pretextos para ignorar lo dicho.
Incluso, el reconocimiento del propio Alejandro Encinas, titular de Metrópolis, al trabajo legislativo es un buen punto de partida, pues admite que sin diagnóstico no hay política pública que valga. Y sin embargo, mientras se entregan carpetas y discursos, la renta sigue subiendo, los desalojos continúan y el fenómeno avanza.
La oposición, por su parte, aprovecha el tema para cuestionar al gobierno de Clara Brugada. La panista Luisa Gutiérrez acusa que lo único que funciona son los programas sociales y que rubros como el agua, el Metro o la seguridad siguen descuidados. Cierto o no, lo real es que la gentrificación no distingue colores partidistas: golpea a todos los habitantes por igual.
El reto, entonces, no está solo en recopilar testimonios, sino en traducirlos en leyes claras, presupuestos suficientes y políticas que pongan límites a la especulación inmobiliaria. Porque si la ciudad sigue apostando a escuchar sin actuar, los Diálogos contra la Gentrificación corren el riesgo de convertirse en otra anécdota más en el archivo de las buenas intenciones.
