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Operativo en Sierra de Guadalupe revela restos en su primer día

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La Sierra de Guadalupe se ha convertido en un campo de búsqueda: más de 400 voluntarios y autoridades rastrean veredas en Tlalnepantla, Tultitlán y Coacalco

REDACCIÓN
GRUPO CANTÓN

El verde de la Sierra de Guadalupe, ya no simboliza vida ni respiro para el Valle de México. Hoy es sinónimo de dolor, de incertidumbre y de miedo.
Este paraje natural, que alguna vez fue un espacio de recreación, se ha transformado en escenario de la mayor búsqueda colectiva en el Estado de México: más de 400 personas, entre madres buscadoras, activistas y autoridades, recorren el terreno para rastrear pistas de 250 personas desaparecidas en los municipios de Tlalnepantla, Ecatepec, Tultitlán y Coacalco.

El arranque del operativo no tardó en exhibir la crudeza de la realidad. Apenas en la primera jornada se localizaron restos óseos y prendas de vestir dentro de una bolsa.

El hallazgo, doloroso y perturbador, fue asegurado por peritos para su análisis forense. Para las familias, sin embargo, estos fragmentos significan una chispa de verdad tras años de vivir con la sombra de la incertidumbre y la indiferencia gubernamental.

El despliegue, que se prolongará varias semanas, responde al marco de la Ley de Desaparición. Pero la fuerza que lo sostiene no proviene de los uniformados, sino de las madres buscadoras que, con picos y palas, hacen el trabajo que las instituciones han evitado.

Son ellas quienes abren la tierra con las manos y la memoria, quienes transforman la sierra en un mapa de pistas y silencios que nunca debieron ignorarse.
La autoridad, lejos de ser protagonista, aparece aquí como el gran ausente histórico: responsable por omisión y negligencia. Las familias llevan años tocando puertas cerradas, enfrentando trámites inútiles y promesas huecas. Hoy, lo único que les queda es caminar entre los cerros, buscando señales mínimas: un zapato, una credencial, un hueso. Cada hallazgo, por pequeño que sea, es invaluable.

La comunidad observa con consternación cómo su entorno cotidiano se vuelve un territorio marcado por la violencia y la impunidad. Lo que debería ser un pulmón para las familias mexiquenses es hoy un símbolo de abandono y de tragedia acumulada.

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