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“Sufrimos discriminación en escuelas especiales del gobierno”, reveló Eréndira quien destacó que en Azcapotzalco, al saber la condición de los niños, “nos dicen que no los aceptan”
Por Juan R. Hernández
Grupo Cantón
Ciudad de México.- En la Ciudad de México, uno de cada 115 niños presenta un Trastorno del Espectro Autista (TEA), lo que representa una población de al menos 22 mil menores. Aunque la mayoría de los diagnósticos se da entre los 4 y 5 años de edad, especialistas advierten que los primeros signos pueden manifestarse antes de los tres, lo que subraya la urgencia de fortalecer la detección oportuna.
Según datos del DIF CDMX y organizaciones civiles, las alcaldías con mayor concentración de casos son Iztapalapa, GAM y Álvaro Obregón, zonas que coinciden con mayores carencias en diagnóstico, acceso a terapias especializadas e inclusión educativa. Aunque se han impulsado algunos programas, la falta de infraestructura adecuada y de personal capacitado sigue siendo una barrera crítica.
Organizaciones como Autismo Ciudad de México han propuesto la creación de un padrón oficial de personas con TEA y políticas públicas transversales en salud, educación y desarrollo social. Sin embargo, los avances han sido lentos frente a una demanda creciente.

“Eréndira”, madre de Arturo, un niño con autismo, cuenta una realidad dolorosa: la exclusión incluso en espacios destinados a la inclusión. “Sufrimos discriminación en escuelas especiales del gobierno. En Azcapotzalco, al saber la condición de los niños, nos dicen que no los aceptan. Así llegamos al CAM donde sí lo recibieron, pero no están realmente capacitados”, denuncia.
En el CAM donde asiste Arturo, un solo maestro puede estar a cargo de hasta 20 niños con distintas discapacidades. “Si uno como papá batalla con un hijo, ¿cómo le hace una maestra con tres niños con autismo, otros con síndrome de Down o en silla de ruedas?”, cuestiona. Además, el protocolo oficial —la guía operativa— permite esta carga, sin considerar las necesidades específicas de cada menor.
Otro problema surge cuando, ante la ausencia de maestros, se les pide a los padres que no lleven a sus hijos. “Eso no lo pueden hacer, tienen la obligación de reacomodarlos, pero si los juntan con otros grupos, se alteran, entran en crisis. No hay condiciones”, explica Eréndira.

La discriminación también se vive en el transporte público o en la calle. “La gente no entiende. Si Arturo entra en crisis, todos miran feo, hacen comentarios. Una vez pensé que alguien iba a decir que lo estaba golpeando”, relata. Afortunadamente, en el IMSS ha encontrado empatía y comprensión. “Ahí la doctora sí lo atiende bien, si lo ve alterado, le da prioridad”, reconoce.
Como muchas madres, Eréndira ha tenido que tomar decisiones difíciles por instinto. “Si no viene el maestro, mejor no lo llevo. No lo voy a poner en riesgo, ni a él ni a su maestra”.
La historia de Arturo es la de miles de familias que viven el autismo con dignidad, pero también con cansancio, frustración y soledad. “Nos hacen sentir que estorbamos. Lo que falta es voluntad y una política pública que nos escuche y nos respalde”.
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