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Por Ricardo Sevilla
Hace veinte años, la pantalla chica mexicana se convirtió en el escenario de una farsa judicial que sellaría el destino, en ese momento aciago, de Israel Vallarta.
Un infame y artero montaje preparado y orquestado por Genaro García Luna y Luis Cárdenas Palomino, entonces figuras de alto rango en la seguridad pública y hoy tras las rejas, junto a las cadenas TV Azteca y Televisa, fabricó la narrativa que condenó a Vallarta a dos décadas de infierno.
No fue un error, sino una estrategia deliberada –y siniestra– para alimentar la supuesta “guerra contra el narco”, una fachada ideada por el expresidente panista Felipe Calderón construida sobre mentiras.
Durante veinte años, Vallarta clamó su inocencia desde la prisión, denunciando torturas y un proceso legal plagado de corruptelas e irregularidades.
Su voz, silenciada por años por los mismos medios corporativos que lo incriminaron, finalmente encontró eco en la conferencia presidencial “Mañanera”.
Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum, presidente y presidenta emanados de la llamada Cuarta Transformación, no fueron indiferentes ante el drama de Vallarta.
El caso de este hombre, que ayer salió de prisión con un ramillete de enfermedades y padecimientos, no solo expone una trama de corrupción y montajes mediáticos, sino también las violaciones sistemáticas a los derechos humanos orquestadas desde las más altas esferas del poder.
Lo más notable, me parece, ha sido la inquebrantable búsqueda de Vallarta por la verdad y la justicia.
No es un hecho menor.
Y no lo es porque, a diferencia de otros, Vallarta exigió la absolución, el pleno reconocimiento de su inocencia y la reparación del daño por el montaje.
Esta postura revela no solo su convicción de ser inocente, sino también la profunda herida infligida por un sistema, en ese entonces secuestrado por un presidente espurio, que lo incriminó injustamente.
¿Y sabe quién debe una explicación seria sobre el caso Vallarta? Carlos Loret de Mola.
