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Por Eduardo López Betancourt
Cada día, el mundo es testigo de escenas estremecedoras en Gaza, donde armas del ejército israelí Una guerra injusta contra población civil indefensa: mujeres, niños, ancianos, y personas ajenas al combate. Las guerras deben librarse entre ejércitos, no contra inocentes. Lo que hoy ocurre desafía no solo el derecho internacional, sino los principios básicos de humanidad.
Las acciones del gobierno encabezado por el Primer Ministro Benjamín Netanyahu resultan incomprensibles y moralmente reprobables. Su política de represión indiscriminada contra civiles no puede justificarse ni siquiera en el contexto de una guerra contra el terrorismo. Comparar estas decisiones con las atrocidades del pasado no es una exageración; es una advertencia urgente sobre la deshumanización que trae consigo el poder sin límites.
Desde lo personal, deseo expresar mi cercanía y respeto al pueblo judío. Durante varios años tuve el honor de dirigir el Colegio Monte Sinaí, lo cual me permitió conocer a fondo a una comunidad profundamente arraigada en los valores de la solidaridad, el estudio, el respeto y la paz. Estoy convencido de que esa comunidad, en Israel y en la diáspora, repudia sinceramente los horrores que hoy vemos.
El judaísmo, como fe y cultura, ha sido históricamente un faro de pensamiento ético, justicia y compasión. No debe confundirse con las decisiones de un gobierno que actúa bajo intereses políticos y militares. El grupo Hamas, cuya ideología extremista y actos violentos también deben ser condenados, no justifica la devastación de comunidades enteras ni el castigo colectivo de quienes no han empuñado un arma.
Lo más preocupante es la tibieza o la pasividad de gran parte de la comunidad internacional. En algunos casos, incluso hay gobiernos que apoyan activamente las acciones militares, lo cual los convierte en corresponsables del sufrimiento que se prolonga día tras día. El silencio, la indiferencia o la complicidad no pueden seguir siendo opciones.
Urge una respuesta ética, firme y global frente a la barbarie. Medidas como la suspensión de relaciones diplomáticas o comerciales con Estados que violan sistemáticamente los derechos humanos no solo son legítimas, sino necesarias. No podemos permitir que el odio y el poder armado sigan aniquilando la esperanza de paz para dos pueblos que merecen convivir sin miedo.