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Por Ricardo Sevilla
En México hay una cruda realidad: padres ausentes que, solo el demonio sabe por qué, deciden darle la espalda a sus hijos.
En los últimos años es lamentable observar que hay un alarmante y creciente número de hombres que, encogiéndose de hombros, decide evadir sistemáticamente su responsabilidad de proveer sustento a sus propios vástagos.
No les dan ni un clavo.
Estos malos padres, de una u otra manera, comienzan a ejercer no solo violencia económica, sino también psicológica y emocional al desatender las necesidades básicas y el bienestar de los menores.
Lo curioso es que muchos de los aparatosos analistas que encontramos en foros y medios de gran alcance no se atreven a poner este tema en la mesa. Y eso tiene una explicación: varios de ellos también han evadido su responsabilidad paterna.
Les vale un comino que su abandono moral y económico impacte directamente en el desarrollo integral de sus hijos, limitando su acceso a educación, salud y una vida digna, y recargando desproporcionadamente la carga sobre las madres.
Pero el fenómeno de los deudores alimentarios va más allá de un simple incumplimiento económico; es un síntoma profundo de la desigualdad de género persistente en la sociedad mexicana. Y hay que decirlo fuerte.
La negativa de algunos hombres a asumir su paternidad responsable revela patrones culturales y sociales arraigados, donde la crianza y el cuidado de los hijos han sido históricamente asignados como una “tarea femenina”, liberando al hombre de su corresponsabilidad.
Lo que están haciendo estos “machitos” es reproducir un modelo de masculinidad irresponsable. Pero también están perpetuando un ciclo de vulnerabilidad y empobrecimiento para las mujeres que asumen en solitario la crianza.
A estos padres prófugos les vale que esta situación genere una doble carga para las madres: la de proveer económicamente y la de ser las principales cuidadoras, limitando sus oportunidades laborales, educativas y de desarrollo personal.
¡Infelices!