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Por Jorge Gómez Naredo
@jgnaredo
En 2006, Felipe Calderón se robó la presidencia de la República con un burdo fraude electoral. Para legitimarse, lanzó la llamada “guerra contra el narco”, que hundió al país en una crisis humanitaria sin precedentes. Miles de muertes, desapariciones y comunidades aterradas fueron el saldo de una estrategia fallida y engañosa, pues mientras Calderón se presentaba como el “enemigo del narco”, su funcionario de seguridad trabajaba para los narcotraficantes.
Los datos de la tragedia iniciada en 2006 son contundentes: en el primer año de Felipe Calderón hubo 8,867 homicidios. En el último, 25,967: un aumento del 192%. Con Enrique Peña Nieto la violencia continuó. De 23,000 homicidios en su primer año se pasó a 36,685 en el último. Más del 50% de incremento. Una tragedia sostenida.
Cuando Andrés Manuel López Obrador ganó la presidencia de la República en 2018, el país estaba sumido en una espiral de violencia. Era la herencia del PRIAN. A diferencia de sus antecesores, AMLO optó por una estrategia integral y social: reconstrucción institucional de dependencias de seguridad, inversión en equipamiento y, sobre todo, programas sociales para atender las causas de fondo. La violencia no desapareció de inmediato, pero se frenó su crecimiento.
Hoy, bajo el gobierno de Claudia Sheinbaum, comienzan a verse resultados claros. De junio de 2024 a junio de 2025, los homicidios bajaron 24.5%. Junio de 2025 fue el mes con menos asesinatos desde 2017, y el primer semestre de 2025 es el más bajo en años. En total, desde el inicio de la 4T, la reducción de homicidios alcanza casi el 30%.
La derecha insiste en que la estrategia ha fracasado, pero los datos la desmienten. No fue sencillo revertir años de errores del PRIAN. Pero, por primera vez en mucho tiempo, México avanza hacia la paz. Calderón desató una guerra; hoy, hay un proyecto de nación que apuesta por la vida y el bienestar de todos los mexicanos. Y está funcionando.