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Por Eduardo López Betancourt
La pandemia fue sumamente dolorosa en nuestro País; sus efectos no tuvieron límite. Se manifestaron en la economía, en el ámbito científico y, lo más dramático, en la pérdida de vidas humanas. Se asegura que muchas de esas muertes pudieron evitarse si la atención al tema hubiera sido satisfactoria.
Es bien sabido que se minimizó el papel de la comunidad científica. Un importante consejo de salud fue ignorado, y todo quedó en manos de un personaje cuya conducta estuvo marcada por la soberbia y que, sin más, se asumió como el poseedor absoluto de la verdad.
Sistemáticamente ha sido señalado, no solo por su ineficacia, sino (lo más grave) porque se le considera responsable directo del desastre. Por ello, se ha ganado el repudio de quienes realmente conocen del tema. Recientemente, ha sido designado para ocupar un alto cargo como embajador ante la Organización Mundial de la Salud, decisión que resulta supuestamente incorrecta, dado que la opinión médica lo descalifica. Por ello, conviene reflexionar: por encima de todo, debe prevalecer la prudencia. La confianza entre gobernados y gobernantes es fundamental para alcanzar buenos resultados y avanzar hacia la tan anhelada reconciliación nacional.
Un personaje de conducta dudosa no merece reconocimiento alguno. Antagónicamente, su comportamiento debe analizarse con objetividad. “Premiar por premiar” nunca será un buen consejo. No se trata de culparlo sin pruebas, pero sí es imprescindible escuchar la opinión de quienes realmente saben, de quienes se sienten agraviados porque, lejos de ser tomados en cuenta, han sido menospreciados.
Por nuestra parte, cumplimos con no mencionar el nombre completo de un sujeto que, culpable o no, debe ser evaluado con seriedad, formalidad e imparcialidad.
En nuestro País, mientras no se sancione a los malos gobernantes, estaremos lejos de alcanzar la justicia, requisito indispensable para lograr una democracia verdadera y digna.