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La cobardía

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Por Eduardo López Betancourt

La cobardía es la falta de valor, la ausencia de coraje para enfrentar los peligros y los problemas. En la práctica, se convierte en una forma de complicidad. Resulta alarmante cuando impide confrontar a la autoridad, ya sea en el ámbito gubernamental o en el privado.

En la política, se manifiesta cuando, en lugar de señalar los errores de un superior, se le alaba o se le exalta. En lo privado, la complicidad aparece frente a quien ejerce el mando: no se le corrige ni se le detienen sus conductas indebidas. Esto representa una forma de injusticia que deteriora las relaciones personales y, por medio de la pasividad, encubre errores y arbitrariedades.

En el terreno político, también se presenta al omitir la denuncia de las corrupciones cometidas por malos gobernantes. Esta actitud desacredita a las instituciones y promueve la impunidad.

Lo opuesto a la cobardía es el valor civil, aunque éste rara vez se ejerce, especialmente por miedo a represalias que pueden incluir la persecución o incluso la muerte.

Una de sus manifestaciones más preocupantes es la llamada cultura del silencio, donde se fomenta el temor reverencial y se protege a quienes actúan de manera incorrecta.

Lamentablemente, esta actitud trae consecuencias desastrosas. La más grave es la pérdida de libertades, ya que el miedo paraliza a quienes están obligados a denunciar e impedir las injusticias y la corrupción.

El cobarde se convierte en un ser antisocial e indigno, que daña profundamente la conciencia colectiva.

Combatir la actitud pusilánime y el miedo es una responsabilidad esencial de los sistemas educativos. Por ello, en los planes y programas de formación deben incluirse contenidos que promuevan la valentía ciudadana, dejando en claro que, en la medida en que crezca la cultura de la denuncia, también se fortalecerán la justicia y la libertad.

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