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Por Ana María Vázquez
Miraba en la pantalla la resolución del juicio que había iniciado hacía 3 años por el abuso sexual y la revictimización que durante años había sufrido de su agresor; su caso se había ganado en dos instancias y el agresor se había amparado y defendido, “han pasado muchos años”; “ella aceptó y sus papás lo sabían” (manipulaba la verdad).
La sarta de mentiras usadas hacía cuarenta años para seducirla y convencerla de que una relación de una niña de 14 con un hombre de 39 no estaba mal porque ella era “muy madura para su edad”. La carencia de herramientas para procesar el acoso y luego la seducción de un hombre en franca posición de poder hacia ella, no solamente por su edad sino por el riesgo de ver truncada una carrera que hasta entonces había ido en ascenso la detenía y poco a poco empezó a pensar que quizá él tenía razón y aquello no era tan malo; las llamadas telefónicas, los regalos y la preferencia mostrada hacia ella la hicieron pensar que aquello era “amor” y que había tenido la suerte de encontrar al hombre de su vida. Luego de muy poco tiempo, vinieron las humillaciones y finalmente negar la relación, al grado de decir que fue ella la que lo buscaba, ella la que lo acosaba, ella la que inventó algo que a todas luces había sido inexistente, aunque todos lo sabían y hasta aplaudieron en su momento el que hubiera sido tan “galán” con las jovencitas.
Tras años de procesar el hecho, de entrar una y otra vez en depresión y seguir siendo revictimizada por su agresor durante años en público y en privado, una entrevista detonó aquella furia guardada para defenderse legalmente.
“Tengamos el coraje de decir en voz alta lo que sabemos en silencio. Lo que me pasó a mí, no debe pasarle a la próxima generación”, escribió en sus redes. El denunciado promovió una ley por difamación alegando principio de equidad. Pero aquí no había difamación y tampoco equidad como fue debidamente probado. Frente a la pantalla, ella esperaba el último veredicto y lo obtuvo a su favor, ya no hay amparo posible y la sentencia sienta un precedente para muchas víctimas que, como ella, fueron vulneradas en su infancia, la SCJN ha declarado la imprescriptibilidad de la acción civil en caso de abuso sexual de menores.
Ahora, Sasha podrá sanar totalmente, dejando a muchas mujeres violentadas la puerta abierta para denunciar cuando se sientan fuertes y listas.