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POR GUSTAVO INFANTE CUEVAS
Viajé a Cádiz con una sola cosa en mente: correr. Era la primera edición del Medio Maratón del Puerto de Santa María, una ruta que cruzaba la base naval, el centro histórico y el calor aplastante del sur de España. No había línea de salida con abrazos ni meta con porras; vine solo. Pero no sin respaldo.
Había entrenado fuerte. Mi mejor marca anterior era 1:47. Esta vez terminé en 1:32:55. Nuevo récord personal. Entre 2,600 corredores, terminé en el lugar 124 general y noveno en mi categoría. Pero más allá del resultado, la verdadera batalla fue con la mente.
La cabeza me quiso sabotear varias veces. “Ya está, hasta aquí”, decía. “Nadie vino contigo, no pasa nada si abandonas”. Pero seguí. Y cada kilómetro fue un argumento contra ese pensamiento. A veces el cuerpo aguanta más de lo que creemos; lo que hay que vencer es la voz interna que te pide frenar.
No fue fácil. El calor fue brutal. Las piernas dolían. Pero todo salió bien. Y cuando crucé la meta, solo, supe que ahí, en ese instante, estaban conmigo todos los que me han impulsado desde siempre. Los que creen en mí, aunque estén lejos. Los que nunca corren, pero siempre están.
Corrí solo, sí. Pero no llegué solo.
