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Por Ricardo Sevilla
La capital del país está parada de cabeza.
Las principales avenidas de la CDMX padecen un horripilante congestionamiento vial.
Y esto no se debe a las horas pico ni a que las principales avenidas estén saturadas.
Todo el caos es producto de los bloqueos de la CNTE.
El paro magisterial lleva más de 20 días. Y los capitalinos padeciéndolo.
Miles de personas han perdido citas médicas, escolares, laborales. Otras tantas no han podido llegar a tiempo a sus trabajos, a sus escuelas, a sus labores cotidianas.
Lamentablemente, no es la primera vez que los líderes magistrales se han mostrado intransigentes.
El historial de la CNTE, particularmente de sus facciones más radicales como la Ceteg, muestra un patrón de intransigencia.
Ver a miembros de la Ceteg quemando instalaciones del SNTE es prueba del deterioro de esta protesta.
¡Déjennos de cosas! Esto es un acto vandálico contra una institución.
Hay quien se aferra y dice: esto es una protesta legítima. Pero no es así.
Estas no son tácticas de negociación; son estrategias de coerción.
Desde luego que la protesta es un mecanismo legítimo para expresar inconformidades y buscar cambios.
Pero cuando los medios superan los fines y afectan de manera desproporcionada a terceros inocentes, la legitimidad se va por el caño.
¡Ningún grupo minoritario, por muy válidas que considere sus demandas, puede imponer su voluntad a la mayoría a través de la paralización de la vida pública!
Si la mayoría, al principio, sentía empatía por las demandas de la CNTE, sus actos pandilleriles y su cerrazón han generando una profunda desafección y un enorme resentimiento en la sociedad.
La frustración es palpable en las calles, en las redes sociales y en las conversaciones cotidianas.
La CNTE a menudo se posiciona como víctima del sistema, pero el análisis de sus acciones revela una terrible falta de responsabilidad social.
Desafortunadamente, el movimiento magisterial ha convertido su causa en un espectáculo de destrucción y egoísmo.
