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Por Salvador Guerrero Chiprés
Cuando algo no se ve, difícilmente se atiende. Y eso ocurre con las llamadas fugas invisibles del agua en trayectos subterráneos, muros húmedos o drenajes clandestinos, pocas veces colocadas en la estadística oficial y en la atención institucional.
Las pérdidas del líquido y las fallas en el suministro son de las principales preocupaciones ciudadanas. De acuerdo con el INEGI, en promedio, el 57.4 por ciento de las y los capitalinos así lo percibe.
Garantizar la sustentabilidad hídrica y el derecho humano al agua es reto para la autoridad. La lógica dominante había sido contener la crisis mediante racionamientos o nuevas fuentes de abasto, sin asumir la contención de fugas como una medida de emergencia y política de largo plazo.
En esa tendencia, la Ciudad de México, por instrucción de la Jefa de Gobierno Clara Brugada, se coloca a la vanguardia en la detección del desperdicio invisible del líquido, sin necesidad de excavar o interrumpir el servicio, con la inversión de 20 millones de pesos en equipo de última generación, entre ellos, sensores acústicos y cámaras de inspección.
Los datos expuestos por el Secretario de Gestión Integral del Agua, Mario Esparza, revelan la utilidad: el año pasado de las 11 mil fugas atendidas, 200 eran no visibles; este año, ya con el funcionamiento de las nuevas herramientas van 300 de las invisibles. Una gran oportunidad de recuperar agua para el abasto.
Este es un modelo complementario a la instrumentación del C5 del Agua y la Línea *426, donde la videovigilancia y el reporte ciudadano han sido centrales para ubicar fugas, desabasto y robo o clandestinaje. Cada llamada ciudadana, además de activar un protocolo operativo para la atención, refuerza la idea de que el agua es un bien común cuya gestión exige vigilancia colectiva.
Si se quiere garantizar el derecho al agua, también hay que ver lo invisible.