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Por
Ricardo Sevilla
Raymundo Espinoza Hernández es una persona expansiva y de fácil palabra.
Con el entusiasmo que le confiere la juventud y la energía, este hombre pretende ser ministro de la Suprema Corte de Justicia.
Con ardor y convicción, va debatiendo por aquí y por allá, sosteniendo que esta Reforma abre un camino para fortalecer la independencia judicial, agilizar los procesos y garantizar un acceso más equitativo a la justicia para todos los ciudadanos.
Y es que Espinoza quiere ir a fondo y, por ello mismo, asegura que la transformación en materia judicial no debe ser cosmética, sino buscar una auténtica reestructuración que permita responder con mayor eficacia a las demandas de la sociedad.
Y sus palabras tienen sustento. La ciudadanía busca que el cambio en el Poder Judicial incida directamente en la calidad de la justicia impartida y en la confianza ciudadana en sus instituciones.
Respecto a la campaña en la Elección Judicial y su preocupación por la banalización, Espinoza señala que el debate debe centrarse en propuestas concretas y visiones de país, no en la mera promoción individual.
Y en eso hay que aplaudirlo: el culto a la personalidad parece ser la moneda de uso corriente de muchos candidatos.
El llamado de este aspirante es claro: los candidatos deben elevar el nivel del discurso y presentar plataformas sólidas que aborden los desafíos reales del sistema judicial.
Y él pone el ejemplo.
De hecho, una de sus propuestas centrales es promover una cultura jurídica robusta.
Pero eso no es todo. Su plan incluye iniciativas para acercar el derecho a la ciudadanía, fomentar la comprensión de los derechos y obligaciones, y fortalecer la formación ética y profesional de los futuros juristas.
Lo cierto es que reconstruir la confianza en los juzgadores es algo difícil y exige un compromiso firme con la ética y la excelencia en el ejercicio de la función judicial. Y Raymundo Espinoza parece ser una oposición firme y seria para lograrlo.