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Por Jorge Gómez Naredo
Durante años, la derecha intentó impedir que llegara a la presidencia Andrés Manuel López Obrador. Además de fraudes electorales, emprendieron una intensa campaña de guerra sucia en contra del tabasqueño. Dijeron de él que era ignorante, incapaz de gobernar, corrupto, autoritario. Difundieron que, si llegaba a la presidencia, la democracia se acabaría y México viviría intensas crisis. Estas campañas de odio y miedo fueron efectivas. Por ejemplo, en 2006, convencieron a muchas personas.
Después de esa fecha, las mismas campañas y mentiras se repitieron hasta el hartazgo, y comenzaron a perder actualidad, efecto y credibilidad. En las elecciones de 2012 aún funcionaron, pero ya en 2018, muy poca gente se la creyó. Además, muchos de los escenarios que pregonaban esas campañas se convirtieron en realidad en los gobiernos del PAN y del PRI. Con Felipe Calderón hubo crisis económicas, devaluaciones y violencia. Con Enrique Peña Nieto, la corrupción fue una forma de gobierno, continuó la violencia y hubo más crisis económicas y devaluación.
Así pues, en 2018, esas campañas ya no eran ni actuales ni efectivas, y aunque seguramente convencieron a algunas personas, no a la gran mayoría de los mexicanos.
En 2018 la derecha debió valorar eso. Su estrategia para recuperar el poder no podía seguir por las campañas de odio y de mentiras. Precisaban más que mentiras, un proyecto de nación atractivo para la gente.
Durante estos últimos seis años, los conservadores han manejado el mismo discurso de hace casi 20 años. Pero ya no produce miedo ni es efectivo (como antes) para ganar elecciones.
Con el triunfo de Claudia Sheinbaum se esperaba que la derecha cambiara su estrategia, pero continúa igual, con las mismas campañas. Y a pesar de las evidencias, los conservadores insisten en mantener las mismas falacias. Allá ellos: en este momento, la oposición en México no pinta. No existe.
