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Por Juan R. Hernández

“El miedo no anda en burro”, dice un refrán popular, y es que hay ocasiones en las que el temor a la sanción genera cambios inmediatos, como lo evidenció la reciente acción de la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) contra algunas gasolineras.

Tras una advertencia en la que se anunciaba la colocación de lonas con la leyenda “No cargues aquí, se vuelan la barda con los precios”, varias estaciones de servicio ajustaron sus precios a la baja, bajando de manera notable los costos a menos de 24 pesos. Sin duda, una muestra clara de cómo la intervención federal puede corregir abusos y de cómo el miedo a las sanciones hace su trabajo.

A nivel local, el Instituto Electoral de la Ciudad de México (IECM) también está haciendo movimientos que causan ruido, al aprobar una iniciativa ciudadana que busca prohibir los espectáculos con animales, como las corridas de toros, las becerradas o las peleas de gallos.

Este asunto, que ahora debe ser analizado por el Congreso capitalino, pone sobre la mesa el debate entre la tradición y el bienestar animal. Si bien es importante que se garanticen los derechos de los animales, la cuestión sigue siendo polarizante y el poder de las agrupaciones defensoras está tomando forma.

En otro frente, la agrupación La Tianguis Disidente ha vuelto a ocupar la glorieta de Insurgentes. Lo curioso es que este espacio, recién remodelado con una inversión de 14 millones de pesos, fue utilizado de nuevo para poner mercancía sobre el suelo y colgar ropa en la infraestructura del Metrobús.

Mientras las autoridades actuales buscan generar espacios de diálogo con los vendedores, los miembros de La Tianguis Disidente exigen condiciones más justas, como la asignación de lugares de manera permanente.

Esto evidencia la constante tensión entre la política pública, la administración urbana y las necesidades sociales. Estos eventos demuestran cómo diferentes grupos, ya sea en el sector público o privado, buscan imponer su voluntad y cómo el miedo a las consecuencias —ya sea de una multa, una ley o la presión popular— se convierte en un motor de cambio.

En todos estos casos, se ve cómo los actores buscan ajustar el rumbo bajo la amenaza de las repercusiones.

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