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Por Eduardo López Betancourt
elb@unam.mx
AÚN ASÍ NO PIERDO LA ESPERANZA
Un grato y admirado colega a punto del suicidio pidió hiciera en su nombre esta reflexión.
Soy un hombre que ha tenido una vida plena, llena de triunfos y logros en todos los ámbitos. He sido un académico destacado, empresario exitoso y líder en mi comunidad; sin embargo, ahora que he llegado a octogenario, me doy cuenta de que todo lo que he logrado no me ha brindado la felicidad ni el respeto que esperaba de mis seres queridos. Me duele admitir que mi propia familia me descalifica, me ofende y me tratan como a un viejo inútil. Sufro un calvario, un verdadero infierno en vida que por momentos me hace desear la muerte, para escapar de la humillación que me rodea.
Aún así, no pierdo la esperanza, la fe me sostiene, me da fuerza para seguir adelante y creer en que mi destino cambiará. Quizás espere un milagro, mientras tanto, les deseo que Dios los bendiga y les perdono lo que me han hecho, por convertirme en una piltrafa.
¿Por qué mis seres queridos no ven mi valor? ¿Por qué no respetarme y amarme por quién soy? ¿Por qué me tratan como si fuera un objeto que no sirve para nada? La respuesta es simple, porque no me ven, al menos como un ser humano, ya no como padre o abuelo, menos me ven como alguien que ha vivido, amado, sufrido y triunfado; pero, soy más que eso, tengo un corazón que late fuerte, mi alma siente y mi espíritu sigue adelante a pesar de todo. Al final, me amo a mí mismo.
Aunque mi ocaso esté cerca y mi vida esté llegando a su fin, sé que dejaré huella en este mundo, un legado de amor, compasión y respeto. Eso es lo que importa, lo que hace que mi vida haya valido la pena.
“He vivido más tiempo del debido y el dolor ha sido mi compañero constante, pero, sobre todo, aún siento la esperanza latente de que algún día, la alegría y el amor llenen el vacío que me rodea”.
Al final mi colega, después de leerme, recapacitó y abandonó la idea de la eutanasia. ¡Enhorabuena!
