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Por Ricardo Sevilla
La presencia de Claudia Sheinbaum a Río de Janeiro no es un episodio anecdótico. La participación de la presidenta de México reviste la mayor importancia y, por ello mismo, debe reflexionarse profundamente sobre la estancia de la primera mandataria en tierras brasileras.
Este episodio marca un hito por varias razones. En primer lugar, se trata de la primera presidenta mexicana que pisa Brasil en toda la historia.
Y eso se debe a que, de entrada, nunca había existido una presidenta en México. En segundo lugar, la joven presidencia de Sheinbaum retoma –y reaviva– la importantísima relación histórica que, desde hace mucho tiempo, habido entre ambas potencias latinoamericanas.
Desde luego, en los medios de comunicación corporativos los pasmados analistas no logran desentrañar lo que esta visita significa.
La relaciones entre México y Brasil han sido de capital importancia en el continente americano. Siempre habido un comercio cultural, intelectual y, desde luego, económico entre ambas naciones. No han sido pocos los intelectuales mexicanos que se han abrevado de la tradición brasileira para nutrir diferentes movimientos sociales.
Prueba de ello es es Paulo Freire, el respetable e influyente autor de Pedagogía del oprimido, que a través de sus libros pugnó por una educación liberadora y crítica, enfocándose en la alfabetización de la adultos y la autonomía del estudiante.
Es probable que la presidenta Sheinbaum, en el momento de expresar que “resulta absurdo, sinsentido, que haya más gasto en armas que para atender la pobreza o el cambio climático” haya pensado, por un momento, en Darcy Ribeiro o Florestan Fernandes o Andrés Manuel López Obrador, impulsores de la conciencia crítica y la transformación social.