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Por Eduardo López Betancourt
Sin duda, uno de los más perversos institutos nazis fue su policía secreta, denominada Gestapo. Recordemos que fue la policía política alemana, cuya responsabilidad era proteger el régimen de Hitler de supuestos enemigos raciales y políticos; sus métodos eran crueles y brutales, durante sus interrogatorios, cotidianamente aplicaban la tortura, cateaban domicilios y disponían de informantes, mismos que en diversas ocasiones falseaban los hechos e irresponsablemente se actuaba contra las minorías, tales como judíos y otras comunidades. Nótese, la Gestapo se convirtió en un órgano represor contra enemigos del REICH (RSHA). La palabra Gestapo es una abreviatura de su nombre alemán “Geheime Staatspolizei”, que no es otra cosa, sino la policía secreta del estado, la cual contaba con expedientes de miles de supuestos enemigos del régimen nazi. Al final, su brutalidad es símbolo de la vigilancia autoritaria.
En nuestro País, una institución que debe ser garante de una buena, imparcial y justa procuración de justicia, se ha convertido en una autentica Gestapo. El titular de esta dependencia tiene una historia infernal, intensa en violaciones a la ley al por mayor, pero, inexplicablemente a pesar de su negro pasado se le entregó lo que debería ser un ejemplo del buen combate al crimen y se esperó que tan dramático fenómeno que nos agobia pudiera disminuir; lejos de ello, el delito en todo el territorio nacional se ha incrementado, al extremo que el personaje siniestro, nunca o eventualmente da la cara. Se sabe que usa la importante institución para perseguir a sus enemigos, donde inclusive sus parientes no están exentos.
Tal es la perversidad del dirigente de una nueva Gestapo, que aun los gobernantes de alto relieve le temen, porque se ha dedicado a crear delitos y expedientes con los cuales extorsiona; actúa con absoluta impunidad y jamás rinde cuentas a otros ámbitos respetables del poder, mucho menos a la opinión pública. Su presencia obstaculiza la justicia y la democracia en México.