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Por Sabina Berman
Hace años, mucho antes que la probidad del Sistema de Justicia estuviera a discusión en el país, sucedió “el incidente”: en su centro estaba un jardín, grande como medio campo de futbol, con árboles y un estanque donde nadaban peces anaranjados.
Los dueños de las casas que colindaban con el encantador jardín éramos sus dueños, lo habíamos comprado juntos y lo disfrutábamos con nuestras familias. Es decir, todos excepto el ingeniero Macías, dueño de la casa más grande, una casa de tres pisos, de ventanales amplios.
Un día el jardín amaneció con una alambrada alrededor. Se lo había apropiado el ingeniero. Ahora solo desde su casa podía accederse a él. Había plantado unos horribles columpios rojos y una resbaladilla vieja. Además, de la alambrada nos dejó colgado un cartel con cinco palabras.
PROPIEDAD DEL ING. MACÍAS
Miguel había sido gerente de varias mega-empresas, por eso era experto en discordias, e investigó qué pasaba. Resulta que un juez estaba por entregarle los títulos de propiedad a Macías pero –acá la trama se complica– estaba dispuesto a dialogar con nosotros.
Miguel y yo nos presentamos en la cafetería temprano en la mañana. El juez era un señor de aspecto muy digno, pelón y con bigotes blancos, que nos esperaba sentado del otro lado de la mesa de formica.
–Bienvenidos –nos saludó, refinadísimo. Y pasó a informarnos: –El ingeniero Macías me dio 100 mil pesos. Pero si ustedes me dan 200 mil, el terreno es de ustedes.
Carajo, el lenguaje se llenó de comillas para aludir a las simulaciones. Nuestro terreno “tendríamos” que volverlo “a comprar”, según “el juez” extorsionador.
Los vecinos lo discutimos y a la semana, en la misma cafetería, “re-compramos” nuestro jardín. Le entregamos un sobre “al juez” con billetes de a 500 que sumaban 200 mil pesos. Muy elegante se disculpó para ir al baño, donde en el apartado cerrado de un retrete contó los billetes.
Nos fuimos en el auto preocupados.
–¿Y qué tal si Macías le da al otro pillo otros 200 mil pesos y valemos sombrilla nosotros? –especulé en voz alta.
–Nos jodimos –dijo Miguel, muy docto, las manos al volante.
–Vamos a denunciar al maldito “juez” corrupto –me alebresté.
Miguel me miró asombrado:
–¿Ante quién?
–Otro juez.
–¿Qué se vaya contra un colega? –Miguel se rio. –Esas cosas no suceden. En el gremio judicial, los jueces se protegen entre sí.