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Por Eduardo López Betancourt
Honrar a los muertos es una costumbre ancestral. En México existe una larga historia ligada al término necrópolis, que significa “Ciudad de los Muertos”.
Recordar a nuestros seres queridos constituye un acto obligatorio, se les dedican ofrendas, oraciones y visitas al lugar donde “descansan” sus restos, sin dejar de presentar verdaderos monumentos en los cuales se colocan fotografías de los difuntos, sus alimentos favoritos, veladoras y flores, donde los rezos y rituales se vuelven cotidianos.
Las necrópolis se han presentado a través de la historia del mundo, tengamos presente la de Guiza, en Egipto y Pompeya, Italia; en épocas más recientes el Cementerio de Highgate ubicado en Londres y, el Cementerio de Montjuïc, en Barcelona, España.
El aspecto religioso es esencial, en el caso concreto de México, hay una conexión intensa entre las religiones precortesianas y la católica, las cuales se funden para dar lugar a una importante y significativa aportación cultural. En ocasiones el recordar a los muertos se vuelve toda una festividad, en la cual se considera, se da una convivencia entre los difuntos y sus parientes vivos.
Al acudir a un panteón, además de ser un acto de duelo, se logra la reflexión y la identidad de valores. El Día de Muertos privilegia la memoria de los seres queridos; en la visión indígena implica el retorno transitorio de las ánimas de los difuntos, los cuales regresan al mundo de los vivos, donde los alimentos se comparten. Tan relevante tradición cada vez toma mayor presencia a nivel universal, llegando a convertirse en turismo cultural y de esta manera se visitan lugares con impresionantes ofrendas, tal es el caso de Pátzcuaro, Michoacán y el pequeño poblado de Mixquic, ubicado en Tláhuac.
La celebración se efectúa el 1 y 2 de noviembre, el primero dedicado a Todos los Santos, destacan de manera especial los pequeños o niños fallecidos y el segundo, los fieles difuntos, ello para los adultos. Enhorabuena por tan grata tradición que privilegia la memoria y margina el olvido de nuestros muertos.