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Señorías. Es así como debe llamarse a jueces y parlamentarios y es algo que te indica específicamente el abogado “debe decirle señoría cuando se dirija a el (o ella)”, y lo mismo, curiosamente sucede en España, el tratamiento más digno a un ser humano encargado de velar por hacer cumplir la ley.
Las “señorías” fueron cambiadas con Zedillo y nadie dijo nada; las “señorías” miraron con beneplácito más de 400 cambios a la constitución realizados desde el sexenio de Salinas (el inicio masivo de la venta y concesiones del país) y callaron; estas señorías avalaron por acción u omisión la venta de nuestro territorio a extranjeros, la extracción de minerales a cielo abierto, cerraron la boca y culparon a las falsas bandas de secuestradores creadas por García Luna, se aprovecharon y también se volvieron concesionarios de agua y otras reservas; muchos de ellos no dudaron en aliarse con el crimen organizado y propiciaron la puerta giratoria convirtiendo la “carrera judicial” en una carrera por el poder vitalicio y la impunidad, por el cobro legal o ilegal de fuertes cantidades que garantizaran su status, cada vez más alto, más inalcanzable, eternizados en su puesto, crearon con su “dedo divino” fideicomisos que no estaban aprobados por la ley (¡pero qué importa, si ellos son la ley!) y así, con ese dedo divino protegieron también a todo lo que implicara ganancia personal, guardando en un cajón lo que no conviniera a sus intereses, ¿y el pueblo, y el territorio y la soberanía? ¡qué importa, esos no conocen ni la “o” por lo redondo, si se retacan de chatarra es su problema, si se quedan sin agua o sin tierra, también!
Con grandes sueldos, choferes, autos del año (algunos blindados), “derechos adquiridos” que no los tiene ningún mortal mexicano y ese tratamiento casi de “alteza serenísima” permitimos que se encumbraran y desde su torre defienden el bastión de “sus derechos” o más bien, de su ego herido; la corte, convertida casi en partido político, no dudó en aliarse con lo más podrido de la política y en las “reuniones de los jueves” departían con ellos, solo hasta ahí se permitían manchar sus togas, porque el pueblo es demasiado “sucio, demasiado inculto, demasiado tonto” y tendrá lo que merece, una justicia mediocre, lenta y a modo. Y a ellos nadie los juzga pues son juez y parte.
Ana María Vázquez
Escritora/Dramaturga
@Anamariavazquez