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Por Eduardo López Betancourt
En un mundo donde el poder a menudo se prioriza sobre la inteligencia, es crucial recordar que la verdadera fuerza de una sociedad radica en la capacidad de pensar, innovar y resolver problemas. La inteligencia, en todas sus formas, es el motor que impulsa el progreso y salva al mundo de la mediocridad y la ignorancia.
Al respecto, los hombres del poder, frecuentemente prefieren rodearse de personas que les brindan lealtad incondicional, en lugar de buscar a los más brillantes y destacados; este enfoque sustentado en el nepotismo y el amiguismo genera una cultura de mezquindad, donde la soberbia y el egoísmo prevalecen sobre la innovación y el avance.
Debemos tomar en cuenta que la inteligencia ha salvado al mundo en numerosas ocasiones, por ejemplo, tenemos la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein, que revolucionó nuestra comprensión del universo; la vacuna contra la poliomielitis de Jonas Salk, salvó millones de vidas; en el mismo renglón, la informática y la tecnología han transformado la forma en que vivimos y trabajamos. Además, recordemos cuando en 1962, durante la Crisis de los Misiles en Cuba, la inteligencia y la astucia del Presidente John F. Kennedy, evitaron una guerra nuclear, gracias a la analítica y la estrategia de su equipo, lograron descifrar los planes soviéticos y encontrar una solución pacífica.
La ignorancia es un arma cotidiana de quienes ejercen el poder, para mantener el control. Así, la falta de educación y acceso a la información genera una sociedad vulnerable a la manipulación y el engaño. Es hora de que la inteligencia gobierne, debemos priorizar la enseñanza, la innovación y la meritocracia para construir un mejor futuro y para ello, la inteligencia es el recurso más valioso de la humanidad. Tal como dijo Nelson Mandela, “la educación es la clave para el progreso”.
