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Por Eduardo López Betancourt
La trágica muerte de Alejandro Arcos Catalán, Presidente Municipal de Chilpancingo, Guerrero, es un recordatorio de la violencia y la impunidad que aquejan a nuestra sociedad. Este brutal crimen donde decapitaron a la víctima, es un mensaje claro de que el sistema ha fallado.
El autor intelectual, quien asesina a sus opositores, es sumamente conocido. A su entidad prometió ser distinto a un pasado vergonzoso que para nada se olvida. Lamentablemente su carrera de barbaján llena de violaciones al por mayor, la sigue efectuando y no es ajeno a los hechos que se han perpetrado en el Estado suriano. La crueldad de este asesinato es un reflejo de la decadencia moral y la falta de liderazgo que se vive en Guerrero.
Es inaceptable que un ser humano sea capaz de cometer semejante barbarie y seguir en el ámbito político. La justicia divina parece ser la única respuesta a la falta de acción de las autoridades, pero no podemos esperar a que sea ésta la que resuelva nuestros conflictos.
Es hora de exigir un cambio en el más alto nivel de la entidad de Ignacio Manuel Altamirano. Necesitamos líderes que defiendan la justicia, la equidad y la dignidad humana, representantes que trabajen por el bien común, no por sus propios y bastardos intereses, donde el nepotismo, el amiguismo y la corrupción, como nunca se han enseñoreado. La muerte de Alejandro Arcos Catalán no debe ser en vano, insistimos, debemos unirnos para demandar un cambio y construir un futuro justo y pacífico para un Estado intenso en hechos patrióticos.
En el caso concreto, lo importante es que el ámbito federal, marque el sendero y decida de una vez por todas limpiar el detritus que invade y ahoga al siempre erguido Estado de Guerrero. Basta de caciques pervertidos e insolentes.