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Por Eduardo López Betancourt
Uno de los destinos turísticos más emblemáticos de México, sufrió un cambio drástico en su fisonomía y cotidianeidad, a causa del huracán Otis, el ciclón más potente en azotar la costa del Pacífico mexicano en años recientes. Otis tuvo una transformación acelerada de tormenta tropical a huracán categoría 5 en apenas 12 horas y tocó tierra en Acapulco el 24 de octubre de 2023, dejando una estela de destrucción sin precedentes.
Acapulco era una ciudad vibrante, conocida mundialmente por sus playas idílicas, su clima tropical y una infraestructura turística inigualable. Con aproximadamente un millón de residentes permanentes y cientos de miles de visitantes cada temporada, la ciudad era un hervidero de actividad y prosperidad. Las zonas costeras, adornadas con vegetación exuberante y montañas escarpadas, formaban un paisaje espectacular, capturando la esencia del paraíso tropical.
Después de Otis, se desplegaron recursos significativos, lamentablemente la corrupción, la frivolidad y el nepotismo se manifestaron con toda intensidad, con macacos llenos de odio, inmersos en su megalomanía, traidores a los ideales presidenciales, fueron partícipes del robo más descarado que impidió la ansiada recuperación. Ahora, el huracán John castiga nuevamente al bello puerto, donde se repite la presencia federal y afanosamente se ofrecen respaldos, siempre con la esperanza de que redunden en beneficio social.
Acapulco reclama nueva infraestructura, trabajos seriamente planeados y esencialmente, que el mando no se fraccione.
Debe entenderse, existe una evidente falta de comunicación y coincidencia de ideales, los altos funcionarios viven en un mundo “oropelesco”, o sea, lo importante es la pestaña, el vestido y el canto desafinado. Han hecho de la traición, la ingratitud y la corrupción su forma de vida, mientras supuestamente gobiernan un pueblo carente de ilusiones e ideales, consecuencia de las decepciones sufridas. El ámbito federal es la opción y solo en él se puede confiar, si no es así, el fracaso se avizora y Acapulco, aquel que en el pasado fue orgullo de México, seguirá hundiéndose hasta terminar en ruinas.
La naturaleza en su destrucción nos deja claro el mensaje.