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Por Ricardo Sevilla
Ha llegado el día: Andrés Manuel López Obrador se va. Hoy ha terminado su ciclo como presidente de México.
Y, a diferencia de lo que los agoreros de la derecha afirmaron, no buscó la reelección ni intentó prolongar ni un solo día su mandato.
AMLO no fue tirano ni dictador. No le dio la espalda a la democracia. Al contrario: durante todo su mandato la ejerció con honor y responsabilidad.
En la derecha se equivocaron en todos y cada uno de sus tontos vaticinios.
Andrés Manuel López Obrador es un demócrata y, aunque sus calumniadores tuerzan la boca, ha dejado un legado que nadie le puede refutar. Un legado político, social, intelectual y, sobre todo, humanista.
La austeridad republicana” y el gobierno sin corrupción que impulsó, no fue un mero artilugio retórico. Fue un combate frontal que impulsó todos los días.
López Obrador, no me cabe duda, irá directamente a los libros de historia como un presidente transformador que, durante su mandato, luchó por los más pobres y desafió el neoliberalismo. Las nuevas generaciones sabrán que hubo un presidente que, durante su mandato, ayudó a salir a más de cinco millones de personas de la pobreza.
A pesar de las calumnias, mentiras y embates contra su administración y contra su familia, la figura del presidente López Obrador permanecerá en la memoria colectiva como un líder que desafió las normas y buscó transformar México.
Y, a diferencia de personajes como Ciro Gómez Leyva, que ha decidido salir de México y refugiarse en España, Andrés Manuel López Obrador no se irá de México. Se quedará a vivir aquí.
Hoy, en el último día del sexenio de AMLO, podemos decir que el pueblo de México está más politizado. Podemos afirmar que el pueblo de a pie ha reconocido quiénes son, con nombre y apellido, los que han tratado de vender a México a los intereses empresariales y extranjeros.
Y, sin duda, ha sido un orgullo ejercer el periodismo en épocas de Andrés Manuel López Obrador.