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JORGE GÓMEZ NAREDO
Nunca pensé que Andrés Manuel López Obrador llegara a la presidencia. Bueno, sí lo pensé, pero parecía imposible. Y es que, desde siempre, las opciones políticas en las que militaba y con las que simpatizaba, perdían. El PRI primero y después el PRIAN parecían imbatibles. No porque hicieran buenos gobiernos o porque el pueblo los respaldara, sino porque tenían mucho dinero y poder para impedir que una opción de izquierda llegara a la presidencia.
No era imposible, pero parecía imposible. Y esta percepción aumentaba con los hechos: en 2006 López Obrador ganó la presidencia, pero se la robó Felipe Calderón. En 2012 AMLO debió ganar, pero el PRI de Enrique Peña Nieto y todos los que se sentían dueños de México hicieron un fraude de dimensiones descomunales.
Por eso, aunque no era imposible, parecía imposible.
Cuando en 2018 se anunció que Andrés Manuel López Obrador había ganado la presidencia del país y lo había hecho con una gran ventaja, duré varias semanas sin creerlo. Sabía que se había logrado, pero el pensar tantos años que eso era imposible indicaba que en realidad estaba soñando. Que no era real. Pero era más que real.
Han pasado seis años desde el triunfo de López Obrador y el tabasqueño no falló. No mintió. No decepcionó. Hizo un gobierno excepcional.
Construyó obras que parecían imposibles de hacer. Apostó por la redistribución del ingreso vía programas sociales y estos terminaron reduciendo de forma contundente la pobreza en el país.
AMLO hizo uno de los mejores gobiernos en la historia de México. Su popularidad, a finales de su gestión, es simplemente impresionante. Se va como un presidente querido, amado y que será recordado como uno de los mejores.
Los sueños se cumplen. Hace mucho, miles soñamos que México podía sobrevivir al desastre neoliberal y confiamos en AMLO. Tardó mucho tiempo y esfuerzo en que se cumpliera nuestro sueño, pero se cumplió.