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Por Ricardo Sevilla
Desde el balcón central de Palacio Nacional, ante el grito de una multitud que coreaba: “es un honor estar con Obrador, el Presidente de México recordó a los héroes nacionales e hizo énfasis en los sectores más vulnerables de nuestra sociedad.
Su discurso incluyó vivas a los trabajadores migrantes y pueblos indígenas. AMLO, en su último grito de Independencia, refrendó su enfoque en la inclusión social y la justicia.
Tocado un punto, el primer mandatario también proclamó: “¡Que muera la avaricia! ¡Que viva el amor!”.
Y, en ese momento, las emociones estallaron. Unos gritaron y otros lloraron. O ambas cosas.
El Zócalo se llenó de mexicanos que vitorearon al unísono a su pueblo, su cultura, sus tradiciones y su libertad mientras ondeaban la bandera nacional.
Y la emoción es comprensible.
El Grito de Independencia se no solo es un homenaje a los héroes que lucharon por la emancipación de nuestro pueblo, sino la reafirmación del orgullo nacional y la unidad de una patria en torno a su historia y cultura.
De hecho, se trata de una celebración cuyo sello distintivo son la unidad y la libertad.
La ceremonia del Grito es una tradición que se remonta a 1810, cuando Miguel Hidalgo hizo el primer llamado a la independencia.
Y AMLO, al encabezar esta ceremonia, incorporó mensajes contemporáneos sobre derechos humanos y justicia social.
Y este último Grito no fue la excepción: estuvo impregnado de una mezcla de nostalgia y celebración.
La atmósfera en el Zócalo fue electrizante, con familias completas disfrutando el espectáculo.
Los comentócratas de la derecha, alejados y cómodamente instalados en la comodidad de sus redes sociales, hablaron de polarización y otros absurdos.
Pero, lejos de los comportamientos burdos e inadecuados que los conservadores temían, lo cierto es que hubo una respetuosa participación masiva que subrayó el significado del evento en la identidad nacional mexicana, convirtiéndose en un símbolo de unidad y orgullo nacional en un momento crucial para el país.
Se despide López Obrador, pero queda su legado, su continuación: el segundo piso de la transformación.