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Por Eduardo López Betancourt
La discriminación es una de las peores conductas del ser humano. Consiste en el trato ofensivo, injusto y desigual hacia determinadas personas. Tiene distintas variantes, las más cotidianas son, las relacionadas con la raza, orientación sexual, religión, género e inclusive, la edad. Sin duda, quienes tienen un tono de piel oscura, han sido históricamente víctimas de la violencia y la esclavitud. Aún en la actualidad se les margina y desprecia en diversos ámbitos sociales.
Estados Unidos ha sido un lugar verdaderamente cruel y racista, ofendiendo y llamando “negros” a los afroamericanos, quienes, insistimos, reciben tratos desiguales, a la par de los migrantes latinos, chinos, entre otras nacionalidades, excepto europeos. En términos generales, la discriminación es la constante.
Dentro de este drama, la discriminación debe combatirse sin tregua, pero en nuestros días se da un fenómeno preocupante y es el relativo a los excesos. Personas y grupos afroamericanos, en tierras del “Tío Sam”, están exigiendo mayores privilegios que cualquier ciudadano, es el caso que, en ciudades como Nueva York, piden trato preferente y hasta abusivo. Los vagabundos abundan en la ciudad de los rascacielos y casi siempre bajo los efectos de alguna sustancia, se dedican a pedir limosna, misma que si no se les da, montan en cólera y llegan a lesionar a los transeúntes. Si la víctima repele el ataque del vagabundo de “color”, la policía y jueces, por temor, le dan la razón al agresor.
Definitivamente los abusos son deplorables, en la misma dimensión de cualquier discriminación y en particular a la que nos referimos, relacionada con el color de piel. Todos debemos recibir un trato igualitario, sin preferencias y mucho menos, sustentar defensas que caen en la impunidad, la arbitrariedad y la injusticia.