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Por Ricardo Sevilla
Octavio Paz y Enrique Krauze fueron un dúo dinámico de intelectuales corruptos que recibieron recursos millonarios de políticos y empresarios.
Aunque uno se presumía poeta y el otro historiador, se dedicaron a servir, sin ningún pudor, a los intereses políticos y empresariales, siempre y cuando les pagaran.
Y si les llegaban al precio, estos intelectuales, disfrazados de poetas y novelistas y artistas, hacían una pausa para alquilar, de buena gana, su pluma. ¡Y vaya que estos escritores supieron redactar panfletos, himnos y consignas!
Estos intelectuales, que supieron cultivar una imagen de personajes cultos e insobornables, supieron crear un negocio redondo y millonario alrededor de ellos mismos.
Entre frases domingueras, que sacaban de libros y autores rimbombantes, Octavio Paz y su ayudante: Enrique Krauze, trabaron amistad con políticos y empresarios que, con tal de ser lisonjeados, les pagaron millones de pesos a Octavio y sus aristogatos, como les llamaban irónicamente.
Por ejemplo, si un empresario pedía (y pagaba) por calumniar a uno de sus competidores, inmediatamente buscaban a estos intelectuales. Y si un político pretendía descarrilar a su oponente, también buscaba a estos intelectuales.
Cualquier cuento, cualquier calumnia, cualquier montaje podía ser confeccionado por estos “intelectuales” que, como salían en la televisión, alguien comenzó a llamar telectuales.
La izquierda, históricamente marginada y sin recursos económicos, jamás alquilo los servicios de estos artistas de la calumnia.
Pero quienes sí podían pagar esta clase de golpes y ataques eran los políticos del PRI y el PAN.
Estos políticos, que estaban enquistados en el poder y tenían abiertas las arcas del dinero público, pagaban millones para que los telectuales los adularan y los legitimaran en la televisión y los medios de comunicación que eran de su propiedad.
Y quien también pagaban, bien y bonito, eran los empresarios neoliberales, que, por estar vinculados a los gobiernos de la derecha, también tenían las puertas abiertas del presupuesto. Pero usted tiene la última palabra: ¿Le cree a los telectuales o ya mejor que se jubilen?