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Por Salvador Guerrero Chiprés
En la Ciudad de México, la profundización de la agenda social progresista requiere nuevas articulaciones con segmentos distintos a quienes constituyeron el núcleo central de la victoria del 2 de junio y lograron la mayoría contundente que llevó tanto a Claudia Sheinbaum a la Presidencia de la República como a Clara Brugada a la Jefatura de Gobierno.
Clases populares, clases medias y élites fueron sensibles a la propuesta encabezada por Morena y permanecen atentas al ideario específico a mostrarse en los planes de gobierno. También lo están quienes no votaron por la segunda etapa del cambio de régimen, pero están muy conscientes de la improbabilidad inmediata de reacción estructurada en una oposición cuyo partido central —el PAN— obtuvo menos de la mitad del número de votos conseguidos por Morena.
Las sociedades y gobiernos progresistas buscan la implementación de la justicia social, igualdad y bienestar colectivo, especialmente de las personas más vulnerables. Y eso, imprevisible como pareciera a narrativas convencionales según las cuales la derecha nunca acompañará a la izquierda, es una oportunidad para todas y todos.
¿Cuál? La misma impulsada, por ejemplo, por la iniciativa privada en Colombia y los sectores más conservadores para quienes, como se mostró en la visita reciente encabezada por Clara Brugada a Bogotá y Medellín, la gobernabilidad es un compromiso de toda la comunidad nacional, por encima de los odios de 30 años o más de conflicto armado.
El proceso iniciado hace seis años con Andrés Manuel López Obrador, y en la CDMX hoy continuado por Martí Batres, será consolidado por Sheinbaum y Brugada; se enriquecerá con las nuevas articulaciones protagonizadas por un gabinete sensible, con amplísima legitimidad social y política y con una oposición a quien debe desearse una recuperación del lado de la inteligencia y la propuesta. O seguir en su desplome.