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Por Eduardo López Betancourt
Un evento tan esperado como son las Olimpiadas, ha llegado a su fin. Durante casi veinte días, el mundo estuvo pendiente de los éxitos deportivos, donde presenciamos nuevos récords y actos a los que bien se les pude considerar heroicos. Verdaderas súper mujeres y hombres manifestaron su brillantez, demostrando que la constancia, la seriedad y el apoyo, producen resultados fuera de serie.
Correr cien metros en menos de diez segundos es algo inaudito y como tal, las competencias expusieron en unos cuantos días resultados increíbles, con rutinas de gran impacto y belleza, a cargo de gimnastas que nos dejaron estupefactos; de igual forma, la natación fue maravillosa y no podían faltar los deportes de contacto, con encuentros que nos mantuvieron expectantes. El mundo no se despegó de la televisión, inclusive importantes mandatarios del orbe se manifestaron sobre tan relevante acontecimiento.
París albergó atletas de 204 países, de los cuales, un 10% fueron los que tuvieron éxito, entre ellos se repartieron las más sonadas victorias, con premiaciones de medallas de oro para el primer lugar, plata al segundo y bronce para el tercero. Insistimos, solo entre pocas naciones se llevaron cientos de trofeos, evidenciando una vez más que hay dos mundos deportivos, el de las grandes potencias y de quienes bien pueden ser considerados “invitados de piedra”, que están al margen de triunfos trascendentales.
Sin duda la desigualdad es un tema que debe superarse y así reducir las diferencias, tanto entre los hombres, como entre los distintos países. El deporte es fundamental, ayuda al perfeccionamiento, es parte integral de la conformación morfológica del ser humano, por lo que es indispensable darle el respaldo necesario en todos los ámbitos sociales. Ojalá en las próximas Olimpiadas se logre por méritos un reparto más justo de medallas.
