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Por Ricardo Sevilla
Norma Piña sigue defendiendo, con uñas y dientes, los privilegios que tiene en la Suprema Corte de Justicia.
En un discurso cargado de egocentrismo y falta de empatía, Norma Piña, ministra presidenta de la SCJN, encabezó la Ceremonia de ratificación de personas juzgadoras 2024 y, desde ahí, lanzó un mensaje flamígero que llama la atención por su descaro y narcisismo.
Y es que, durante su intervención, Piña mostró una sonrisa irónica al afirmar que se hablará mucho sobre ellos, los juzgadores, y opinó que “las críticas y los cuestionamientos seguirán”.
Con el cinismo que la caracteriza, aseguró que se “inventará” en torno a la labor de la Corte.
Sin embargo, lo más controversial de su discurso fue cuando pidió a los miembros del Poder Judicial que no hagan caso a “la palabrería inútil” y que se centren en su “estudio” y “crecimiento profesional y personal”.
Con estas declaraciones, Piña dejó en claro su visión narcisista y su falta de preocupación por las necesidades y demandas de la ciudadanía.
Pero ahí no paró la cosa.
Piña enfatizó que el enfoque principal debe ser el “crecimiento individual” y el “crecimiento laboral” de los juzgadores. Esta postura refleja una clara desconexión con las realidades que enfrenta el pueblo mexicano y una falta de compromiso con la justicia social.
Al priorizar el desarrollo personal y profesional de los miembros de la Corte sobre las necesidades de la población, Piña demuestra un nivel de narcisismo preocupante en una figura pública de su relevancia.
La actitud de Norma Piña y su llamado a “demostrar quiénes somos, de qué estamos hechos” sugiere una visión de la Suprema Corte como un ente aislado, ajeno a las preocupaciones y demandas de la sociedad.
Esta percepción de superioridad y distanciamiento de los problemas reales del país es peligrosa y puede socavar la confianza de la ciudadanía en el sistema judicial.
Infelizmente, ante las críticas y cuestionamientos que ha enfrentado la SCJN, Piña ha optado por minimizarlos y calificarlos como “palabrería inútil”. Esta actitud defensiva y poco receptiva a la retroalimentación externa es contraproducente para una institución que debe rendir cuentas y estar abierta al escrutinio público.