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ANTONIO ATTOLINI
La reciente negociación entre el PAN y el PRI en torno a las posiciones federales de diputados y senadores a cambio de cargos en los gobiernos estatales refleja un claro ejemplo de lo que he denominado “ambición vulgar” en la política. Este fenómeno, lejos de ser un simple intercambio de favores, revela una preocupante tendencia hacia la priorización del poder y el estatus por encima del servicio público y el bienestar colectivo.
En el núcleo de estas negociaciones, lo que observamos es una ambición desmedida y desenfrenada por posiciones de poder. Ahora resulta que el Instituto de Transparencia de Coahuila forma parte de las negociaciones cupulares y en lo oscurito. ¡También la ratificación de un magistrado! Lo alarmante aquí es la ausencia de discusión sobre proyectos o programas que verdaderamente beneficien a la sociedad. En lugar de ello, el foco está en cómo los partidos pueden beneficiarse mutuamente en términos de influencia y control político. Esto es un claro reflejo de la ambición vulgar: una búsqueda egoísta de poder sin considerar el impacto o las necesidades reales de la población. Son una basura.
Este tipo de comportamiento erosiona la confianza en nuestras instituciones políticas. Cuando los partidos políticos, que idealmente deberían representar los intereses y valores de sus electores, se involucran en negociaciones que solo buscan el beneficio propio, el mensaje que se transmite es uno de indiferencia hacia el bienestar colectivo. Esta actitud no solo es perjudicial para la democracia, sino que también perpetúa un ciclo de desilusión y apatía entre los ciudadanos.
Es crucial, por tanto, que la política regrese a su esencia: la búsqueda del bien común. Las negociaciones entre partidos deben centrarse en cómo pueden trabajar juntos para desarrollar e implementar políticas que realmente aborden los desafíos y necesidades de la población. Los proyectos y programas deben ser el núcleo de cualquier discusión política, no las posiciones o el poder.
Además, este escenario demanda una reflexión profunda por parte de los líderes políticos sobre sus motivaciones y objetivos. Es momento de preguntarse si están en la política para servir al público o para servir a sus propios intereses. Esta autoevaluación es crucial para reorientar la política hacia un camino más ético y responsable.
En resumen, lo que está sucediendo actualmente entre el PAN y el PRI es un claro ejemplo de cómo la ambición vulgar puede desvirtuar la política. Es un llamado a repensar nuestras prácticas políticas, poniendo el bienestar de la población y la integridad en el centro. Solo así podremos aspirar a una democracia más fuerte y un futuro más prometedor para todos.