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ANTONIO ATTOLLINI
En el complejo panorama político de México, la rigidez ideológica ha llegado a ser una barrera insuperable para el progreso. Muchos se aferran fervientemente a etiquetas como “izquierda” o “socialista”, cerrando su programa político a cualquier perspectiva, idea o militante que no se alinee perfectamente con la suya. Y digo ‘perfectamente’ de manera intencional. Sin embargo, esta postura inflexible demuestra ser no solo obsoleta, sino también perjudicial para el avance de un proyecto transformador.
La verdadera utilidad política se encuentra en resolverle problemas a la gente ampliando sus derechos, no al revés. La obstinación por proteger símbolos y dogmas puede obstaculizar la colaboración efectiva.
Imaginemos un escenario donde los líderes sociales de diferentes organizaciones y luchas se sientan juntos a la mesa. En lugar de desestimarse mutuamente, podrían descubrir que comparten preocupaciones comunes: el acceso limitado a la educación, la desigualdad económica y la falta de oportunidades para los jóvenes.
El movimiento popular, en este contexto, emerge como una alternativa que merece nuestra atención. A menudo criticado por su enfoque carismático y su apelación emocional, el populismo tiene una habilidad única para construir amplias coaliciones sociales con una vocación clara de triunfo electoral.
Los líderes populares tienden a abordar las preocupaciones cotidianas de la gente común, utilizando un lenguaje accesible que resuena con una variedad de audiencias. A través de esta aproximación, han demostrado la capacidad de unir a diversas facciones de la sociedad, desde trabajadores hasta empresarios, bajo un mismo estandarte.
La transformación política no se trata de aferrarse a un símbolo o a una ideología en particular, sino de crear un futuro mejor para nuestra gente. Es hora de dejar de lado las diferencias superficiales y enfocarnos en las soluciones prácticas. La flexibilidad y el compromiso son las herramientas que pueden abrir las puertas del progreso. La historia nos ha demostrado repetidamente que los cambios significativos provienen del diálogo y la colaboración, no de la confrontación y la cerrazón mental.
Al romper las barreras ideológicas y trascender las etiquetas políticas, podemos construir puentes en lugar de muros. Podemos construir una América Latina donde la diversidad de ideas sea nuestra mayor fortaleza, no nuestra debilidad. En última instancia, la verdadera utilidad política reside en nuestra capacidad para unirnos, aprender unos de otros y trabajar juntos por un futuro más brillante y equitativo para todos. Es hora de dejar de lado las diferencias partidistas y abrazar la riqueza de la diversidad de pensamiento. Solo entonces podremos verdaderamente transformar nuestra realidad.