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Manifiesto | Crónica de cariño y respeto.

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ABRAHAM MENDIETA

Aunque en este espacio periodístico se buscó mi pluma como analista político de opinión, y no como cronista, no quiero perder la oportunidad de narrar el momento histórico que sucedió aquí donde me encuentro, en Santiago de Chile, a lo largo de estos días.

Fue el pasado domingo, en la Residencia Oficial de México en Chile, donde una cita con la historia se enlazó con la actualidad más reciente. Allí, el Presidente López Obrador, acompañado por la Doctora Beatriz Gutiérrez Müller, la Canciller mexicana Alicia Barcena, y el Presidente chileno Gabriel Bóric, homenajearon a la Senadora Isabel Allende, hija del histórico Presidente Salvador Allende a 50 años del golpe que lo derrocó de manera violenta y cobarde.

El evento de por sí ya fue emotivo, acompañado por la música de los históricos Illapu, como la causa lo ameritaba, pero se volvió inolvidable por la presencia de exiliados chilenos que huyeron a México, y de la comunidad mexicana en Chile, que recordaron como el Embajador Gonzalo Martínez Corbalá les salvó la vida escondiéndolos en esa misma casa en la que estábamos, hacía exactamente 50 años.

El acto heroico de Martínez Corbalá salvó centenares de vidas, y ratificó una vez más la política exterior humanista, democrática y digna de México.

Pero lo más impresionante de todo vendría el día siguiente, cuando el Presidente López Obrador ganó el aplausómetro en la Plaza de La Moneda ante decenas de miles chilenos, y exiliados peruanos, que le corearon “Es un honor estar con Obrador”, y que estallaban cada vez que se le saludaba y mencionaba, mientras otros mandatarios de derecha como el uruguayo Lacalle Pou eran abucheados.

Es indudable que ese cariño y ese respeto tiene dos fuentes principales: en primer lugar, el reconocimiento histórico a México por una política exterior coherente y valiente que salvó y sigue salvando vidas, pero también, por el liderazgo incuestionable que López Obrador construyó ante toda América Latina en términos políticos.

Desgraciadamente, mi país de nacimiento, España, mandó de representante a un tipo pequeño y mezquino como Felipe González, pero por fortuna, yo tenía doble motivo para enorgullecerme de mi patria de acogida, México, y de mi Presidente López Obrador.

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