Visitas
Del legislador Ricardo Monreal Ávila diremos una sola cosa: como representante del pueblo zacatecano, con derecho a opinar, discutir, defender sus ideas y los intereses que representan sin jamás ser reconvenido, se había hecho fama de político oportunista, ocurrente y arrojado. Se decía que no temía a los escándalos ni al “qué dirán”. Pero él sentía que estaba a un paso de su alto destino terrenal, político.
Cuando no acudía a la Cámara de Diputados, pasaba su tiempo en reuniones privadas y/o públicas con otros políticos y funcionarios públicos a quienes trataba de convencer de las cualidades que debe tener un legislador, remarcando que, como integrante de un órgano de gobierno, su principal facultad es intervenir en la elaboración de las leyes en beneficio de sus representados. En la noche caía rendido, y entre sueños se veía sentado en el trono zacatecano.
–Ya ven ustedes a don Ricardo, que parece que no quiebra un plato –decían invariablemente algunos de sus oyentes –afines a él– en las reuniones armadas por el propio zacatecano–, pues ha de llegar a ser gobernador de Zacatecas; a él le toca.
Los días de sesión parlamentaria, se sentaba a la derecha de Arturo Núñez, coordinador de la fracción priísta en la Cámara de Diputados, de quien era su puntal en los debates jurídicos. Y arropado por el cinco veces diputado y dos veces senador José Luis Lamadrid Sauza, nadie dudaba que estaba en la cúspide de su carrera política.
Sin embargo, el legislador Monreal Ávila no estaba en la gracia del presidente Ernesto Zedillo, quizá porque en el documento que elaboró y tituló “Chiapas: ¿Potenciar un conflicto local hacia el logro de inconfesables objetivos políticos y económicos?”, en diciembre de 1997, lo tildó de timorato “por su falta de energía” para resolver el conflicto de Acteal, en Chenalhó, Chiapas, y le aconsejó “actuar con mayor decisión y firmeza”. O quizá porque el mandatario federal estaba al tanto de cómo había hilado su carrera como legislador.
Raíces tricolores
Como diputado federal priísta, lo ocurrido en 1988 es un caso que al paso del tiempo no le gustaba recordar. Se registró exactamente una década antes de que ni siquiera pensara renunciar al PRI, para buscar la gubernatura por el PRD. Según las crónicas de entonces, el suceso se desarrolló en el recinto de San Lázaro donde el clima era tenso. Un grupo de legisladores del PAN y del Frente Democrático Nacional (FDN) tomaron la tribuna de la Cámara de Diputados, a fin de impedir que “en tiempo y forma” se calificara la controvertida elección presidencial. Trataban de evitar que se consumara el presunto fraude electoral. Para los diputados del PRI, por su parte, era urgente hacer la declaratoria dentro del plazo constitucional, para imponer a Carlos Salinas de Gortari como Presidente de la República.
–Si queremos al licenciado Salinas de Gortari en la Presidencia, debemos romperles la madre –gritaron entre golpes, empujones y palabras soeces los diputados priístas, encabezados por Ricardo Monreal Ávila y el oaxaqueño José Murat Casab.
A los pocos minutos, violentamente los diputados priístas asaltaron la tribuna y desalojaron a los del PAN y del FDN inconformes. Con la tribuna en su poder, los tricolores pudieron –aunque de manera apresurada– declarar “Presidente Constitucional” a Salinas de Gortari.
Antes, en enero de 1988, como primer regidor y líder de la Confederación Nacional Campesina en Zacatecas, Ricardo Monreal fue uno de los más duros críticos de los disidentes priístas agrupados en la Corriente Democrática, encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, y quienes le habían seguido y abandonado el PRI.
–Traidor de la memoria de su padre –era lo menos que decía de Cárdenas. Como diputado (1988-1991), no cesó en sus ataques en contra del ingeniero, y se declaró abiertamente salinista cuando Salinas se ciñó la banda presidencial.
Durante ese sexenio, como legislador, votó y defendió la instauración del neoliberalismo, el desmantelamiento del Estado, las reformas a los artículos 27 y 130 y el “remate” de las empresas paraestatales. Se opuso a la iniciativa ciudadana de que el Distrito Federal contara con un cuerpo legislativo y autoridades electas; aplaudió y apoyó al régimen salinista, que arrancó con el asesinato de militantes perredistas y concluyó bañado con la sangre de José Francisco Ruiz Massieu, secretario general del PRI, y Luis Donaldo Colosio, candidato presidencial.
En pago, el salinismo lo hizo senador; cargo que ocupó hasta 1997, año en el que por segunda ocasión –ya en el sexenio zedillista– siendo presidente del PRI en Zacatecas, el partido lo hizo diputado. Fue entonces cuando creyó que ya merecía ser gobernador de su natal entidad. Para hacer realidad su sueño, apenas cayó en desgracia Salinas, se alineó con el presidente Zedillo. Pero se topó con el gobernador Arturo Romo Gutiérrez, quien se inclinaba por Marco Antonio Olvera Acevedo.
En enero de 1998, la cúpula tricolor (a instancias del presidente Zedillo, persuadido por Romo Gutiérrez) lo hizo a un lado y se decidió por Olvera Acevedo, ante la sorpresa y enojo de Monreal quien, la mañana del 5 de febrero, renunció al PRI.
–Podrán decir que nos vamos porque no accedimos a la candidatura para gobernador, nada más falso (…) Nos vamos porque el PRI no quiere cambiar –dijo a sus seguidores reunidos frente a las oficinas del partido estatal, a quienes les pidió que decidieran si querían permanecer o no en las filas de ese partido.
“¡No! ¡Vámonos!”, fue la respuesta unánime de los casi 10 mil todavía priístas allí reunidos. Durante 40 minutos, por momentos improvisando y en otros leyendo un texto de once cuartillas, Monreal dijo a sus seguidores:
–Esto apenas se inicia, porque vamos a dar la gran batalla por la democratización nacional (…) A partir de ahora, sostendré conversaciones con hombres democráticos de mi expartido y de los otros institutos. Me declaro ahora un ciudadano apartidista” (continuará).
TE RECOMENDAMOS: Ante discurso de odio, AMLO no teme por su vida