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Ruptura de un perspicaz tratado
Sadit Gabriel
¿Qué resultaría al cocinar una cinta con el estilo de David Cronenberg durante los años 80, bañada en aderezo mockbuster (copia muy barata del blockbuster o película de taquilla), sazonada con las inverosimilitudes de Tim Burton y un twist del Exorcista (1973)? El resultado, sería La conspiración del diablo (2022).
Poca cosa va a ser tachar la cinta de humillante, aunque si se coloca una medida ideal, no es lo peor de la cinematografía mundial. Lo posible, en cada arco narrativo, converge con lo insensato; transforma lo irreal en abstracto, no respetando la aveniencia establecida con el espectador como tratado.
Un ensayo respecto a la comunión entre realizador y espectador fue presentado por Orson Welles 50 años atrás en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián. En F de falso (1973), el genio absoluto de este arte citaba a Picasso para disculparse por montar falacia tras falacia en su metraje: “El arte es una mentira que nos hace ver la verdad”, explicaba uno de los grandes amores de Dolores del Río.
Previo a entrar a una sala, realizador y espectador firman un convenio: el primero buscará timar al segundo, quien a toda costa busca el engaño para reencontrarse con lo veraz. Maravilloso es el abolengo artístico de lo que no existe, busca lo concreto en lo insustancial, para no crear falsedad, sino barruntar la verdad. La conspiración del diablo sobaja así un orden con el cual, las audiencias pueden acercarse a lo real, porque el metraje jamás lleva a ningún lugar.
Año: 2022.
Director: Nathan Frankowsky.
Calificación: 2.7 (muy mala).
Dónde: Solo en cines.
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