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Antonio Attolini Murra
No se puede hacer política si uno no respeta su palabra; al final, es lo único que tenemos quienes construimos pueblo desde abajo. Ni tanto dinero ni fama ni importancia tiene uno nunca para pensar que somos más valiosos en lo individual que en lo colectivo, en grupo, formando parte de algo más grande que nos antecede y defina. La traición es la última y más despreciable forma de destruir lo que uno construye.
La militancia, entonces, se trata de hacer valer la palabra que uno empeña, aún si nuestras preferencias o nuestras afinidades no están perfectamente representadas. Aun si las condiciones materiales no son perfectas, impolutas, químicamente puras lo que importa al final es apoyar un proyecto que reconcilie las diferencias de origen que tenemos todos en lo individual, para
apuntalar hacia un objetivo común y compartido. Por eso en política es bien importante tenerlo claro ya que del único lugar de donde uno no regresa es del ridículo.
Morena es el único partido político nacional que queda, eso significa que las diferencias tan abismales que puede haber entre unos y otros ciudadanos de nuestro país están presentes en el partido. Pero lo que parece una debilidad en realidad es su principal fortaleza: somos el partido de México porque es el que más se parece a su pueblo y se sabe. Es lo que siempre dice el Presidente: “hay que tener autoridad moral para poder tener autoridad política.” Y así y solo así podemos avanzar en construir un mejor país, o un mejor Coahuila.
Que esta reflexión sirva para dimensionar el tamaño error que significa pensar que uno vale más que el proyecto que lo formó y por el que uno tiene relevancia, en primer lugar. La lección de Coahuila servirá para la elección de 2024 y que no quede duda sobre lo qué pasa con quienes deciden ser traidores del movimiento.
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