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Arreando al Elefante | Fin del título 42

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Ana María Vázquez 

La gente se agolpa en las fronteras, principalmente en la frontera de Tamaulipas donde, entre tiendas de campaña improvisadas, basura, ropa y hasta documentos personales espera, intentando cruzar la frontera para llegar a los Estados Unidos, el “sueño” de lograr una vida mejor está colapsando frente al muro humano que, dispuesto como guardia norteamericana, impide el paso de la gente que ruega por una oportunidad; en su travesía desde los más diversos puntos se han encontrado con todo: violación, tráfico de personas, extorsión, estafa.

El dolor de ver madres y jóvenes con menores esperando una oportunidad hacia la “tierra prometida” parte el alma, se han deshecho de lo poco que tenían con tal de seguir su sueño: trabajar en un lugar de paz, con mejores condiciones económicas, estabilidad social y quizá, progreso. Pocos toman conciencia del espejismo que resulta el seguir su sueño y que al cruzar enfrentarán detención, explotación, racismo y quizá la muerte.

El desastre humanitario apenas se vislumbra, es impredecible la magnitud de lo que sucederá con la gente que sigue llegando, sin pausa a la frontera. En nuestro país se han roto las barreras de contención desde hace mucho y es prácticamente inexistente la atención y logística a los grupos que han rebasado ostensiblemente la capacidad de recepción de los estados.

Terrible que tengan que salir de sus ciudades por violencia, miseria y más terrible aún que el gobierno norteamericano siga invirtiendo en armar a Ucrania en lugar de tomar la propuesta del presidente Obrador de implementar programas sociales que han demostrado generar arraigo de las sociedades a sus pueblos. Terrible que se apueste por la guerra, por las armas y no por el desarrollo social, si esto fuera, Estados Unidos realmente sería grande, sin embargo, no lo es; sus políticas que privilegian al poder han logrado convulsionar más al mundo, provocar escasez, quebranto social de los pueblos, despojo y miseria por donde quiera que pasen. Triste, muy triste que en Latinoamérica no se encuentre más remedio que emigrar, ni mejor país que el que celebra el día de las armas y poco hace por sus adictos.

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