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Antonio Attolini Murra
Mientras la oposición se la pasa haciendo videos en donde le dan la espalda al pueblo de México para encarar a funcionarios con gritos y sombrerazos, el Presidente de México lo vuelve a hacer: cumple lo que promete y logra algo que parecía imposible al vender el avión presidencial.
Con la venta a la República de Tayikistán por un monto de 1,600 millones, el arrendamiento con Banobras queda liquidado y con ello también los más de 300 millones de pesos que se pagaban en intereses. Sumado a eso está el costo del mantenimiento, de operación y de seguridad de una aeronave tan grande y lujosa. Al venderlo, se obtienen los recursos que van a servir para financiar dos hospitales de 80 camas
cada uno. El lujo de la oligarquía, con la Cuarta Transformación se convierte en hospitales que garantizarán el derecho a la salud de los mexicanos que más lo necesitan.
La venta del avión presidencial es también la “doctrina de la necedad” hecha práctica: de que se vende, se vende porque se prometió que se iba a vender. Y que creen, ¡se vendió! Dicha doctrina se elabora a partir de una denuncia que a su vez se convierte en promesa: no puede haber gobierno rico con pueblo pobre y por eso la austeridad República será la forma en la que se gobernará. Así se dijo y así ha sido. Entorno
a lo que ayer se anunció hay una visión de sociedad que incluye a todos e invita a pensar en el desarrollo y en el bienestar colectivo. No es capricho individual ni sus efectos quedan en la nada. Se vende el avión pero también se construirán hospitales.
Queda resolver a cabalidad el caso de los estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa en septiembre de 2014 y con eso el Presidente habrá cumplido los 100 compromisos que aseguró cumpliría en el sexenio bajo su cargo. No solo eso, sino que también, y como detalle que corona el pastel de semejante proeza: el mercado de aviones de lujo está en constante crecimiento, por lo que la venta del avión presidencial se realizó, además de todo, a un precio de mercado. No se malbarató, vaya. Estoy sentado en una banca de la plaza principal de Monclova, Coahuila mientras escribo estas líneas después de difundir el mensaje de esperanza del ingeniero Guadiana, candidato a gobernador de nuestro estado. Se me hincha el pecho de orgullo al saber que en nuestro proyecto ninguna promesa es pequeña y que la palabra empeñada vale oro.
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