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Sebastián Ramírez Mendoza
Desde que la Jefa de Gobierno anunció el concierto gratuito de Rosalía en el Zócalo de la Ciudad, las mismas personas que nunca dudan en sacar a relucir su clasismo, no han dejado de eclipsar la noticia con análisis muy limitados, pero, sobre todo, tendenciosos. Principalmente argumentando que, en lugar de destinar recursos a conciertos públicos, se debería hacerlo a otros temas como salud, educación o seguridad.
Esto de entrada es tramposo porque pretende suponer que no se invierte en esos sectores, sin embargo, también resulta muy sencillo de desmentir. A pesar de que el presupuesto que aprueba el Congreso Local año con año es información pública, los grandes avances que han sido resultado de las políticas públicas de este gobierno son por de más evidentes y tangibles. En cuatro años se logró que la beca universal que reciben todas las niñas y niños en la Ciudad, se convirtiera en un derecho constitucional; se han construido cuatro nuevos hospitales en las zonas más alejadas a los servicios públicos de salud; se hicieron dos líneas de Cablebús -una de ellas la más larga del mundo- y se está reconstruyendo por completo la línea más antigua del Metro; todos los delitos de alto impacto se han reducido en un 50% y se ha aumentado en 45% el
salario de la Policía. La inversión en políticas que realmente transforman la vida de la gente es real, pero sobre todo ha sido posible principalmente gracias al combate a la corrupción.
Podríamos seguir enunciando una serie de aciertos que hoy sitúan al gobierno de la Ciudad como uno de los mejores evaluados del país, pero el trasfondo real de este debate es la profunda molestia que le causa a la derecha que las formas de entretenimiento que creían accesibles solo para quienes pueden pagarlas, ahora estén al alcance de todas y todos. No son pocas las ocasiones en que los alcaldes y alcaldesas del PRIAN han demostrado su talante autoritario atentando contra las diversas expresiones de cultura y arte popular: la prohibición de sonideros y bailes en los parques públicos, la destrucción de murales históricos y la persecución contra los rótulos son solo algunos ejemplos.
Aunque a la derecha le moleste, deben entender que en nuestra Ciudad la cultura, el ocio y el esparcimiento ya no son privilegios de las élites. Los conciertos públicos son precisamente una forma de democratizarlos, de garantizar su acceso y sobre todo de demostrar que son derechos para todas y todos.