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Antonio Attolini Murra
En un reciente estudio de opinión publicado en un periódico de circulación nacional, el Instituto Nacional Electoral obtiene un 58% de confianza ciudadana frente a un 38% de desaprobación. Es más o menos el mismo nivel de desconfianza que se presenta en la sociedad mexicana por últimos años. A nadie pareció alarmante ni llamó la más mínima atención de los institucionalistas, legalistas o comentócratas dicha información. Que un tercio de la población no confíe en las autoridades electorales es gravísimo, que no lo haga desde hace ya muchos años es preocupante y que a nadie le parezca importar es consecuente con la hipócrita defensa que ha recibido INE por parte de quienes dicen que ahí se consume la democracia mexicana.
No es así: la democracia es el pueblo, no la burocracia dorada de una institución que es más una anomalía institucional que una reserva moral. Hay una explicación reciente que tiene nombre y apellido. Lorenzo Córdova se va del INE habiendo roto todo código de cortesía: bravucón, contestatario, protagonista, e incluso irreverente al desacatar el mandato constitucional que lo obligaba a reducirse el sueldo. Confrontó, de igual manera, la revocación de mandato al msabotear el financiamiento necesario todo en aras de defender un infantil orgullo que atropellaba a la verdadera democracia (la de la gente saliendo a votar, vaya). Inolvidable —por penoso— su activismo mediático en contra de la consulta popular para enjuiciar a los expresidentes por delitos del pasado.
Pendenciero, nos miró hacia abajo desde lo alto de su torre de marfil todo el tiempo como compadeciéndose de quienes no entendían que él y sus comparsas eran lo mejor que nos pudo haber pasado. Tipo,
¿por? Se acabaron los tristes e inmundos días en donde el árbitro jugó el juego de legislador y político de oposición, violentando los principios éticos de la institución de imparcialidad. Espero que con la llegada de
nuevos consejeros y consejeras, entre ellas Guadalupe Taddei como presidenta del consejo general, podamos retomar el debate público y abierto sobre las nuevas reglas del juego democrático, uno que decidimos jugar todos y que no merece que se pisotee por un grupúsculo de juniors que no soportaron.