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Ricardo Sevilla
Le cuento los hechos: hicimos un reportaje. Fuimos a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) a buscar a Guillermo Sheridan, “el cazador de plagiarios”, como le apodan sus amigos de la revista Letras Libres.
Pero nos encontramos con la sorpresa de que Sheridan, el “sicario de la pluma”, como le llaman sus detractores, no sólo no da clases en la Facultad de Filosofía y Letras, sino que tampoco lo conocen en el Instituto de Investigaciones Filológicas.
Sheridan, quien se ha hecho tristemente célebre por pelear las (sucias) batallas de su jefe, Enrique Krauze, nos dicen, lleva más de treinta años sin asomar la nariz por la UNAM.
Lo delirante es que, de acuerdo con una fuente que aceptó conversar con nosotros afuera de las instalaciones del Instituto de Investigaciones Filológicas, ese lugar es “un bastión de la derecha, un sitio donde se reúnen diferentes organizaciones que tienen que ver con el grupo que capitanea Krauze”.
Krauze, cabe recordarlo, es quien solía recibir contratos millonarios de parte de los gobiernos de Enrique Peña Nieto, Felipe Calderón y Vicente Fox.
De hecho, las empresas Letras Libres y la editorial Clío, propiedad de Krauze, fueron “subsidiadas” por el gobierno federal por más de 90 millones de pesos en los últimos dos sexenios.
Sin embargo, el actual Presidente, en una actitud que hay que celebrar, decidió no dar moches ni contratos a modo a esas empresas editoriales que, desde hace sexenios, disfrazan sus lucrativos negocios de periodismo.
Y Krauze sabía perfectamente que, de llegar López Obrador a la presidencia, se le acabarían sus exenciones y sus privilegios. No en balde llamó a López Obrador “el Mesías Tropical”.
De ahí que Krauze, enojado y con la frustración de ver encallar a su monopolio, le pidió a Sheridan, un tipo cerril y beligerante, que se lanzara a la yugular de la Cuarta Transformación.
Y así lo hizo Sheridan. Lo interesante, por llamarle así a esta anomalía es que el columnista de El Universal, el colaborador de Letras Libres, devenido a “cazador de plagiarios”, no ha dado una sola clase en décadas. Pero de eso no quieren hablar ni en la UNAM ni en las oficinas de Krauze.